Torni Segarra

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Cuando uno nace, tiene algo que le marcará para toda la vida: tanto si nace de padres poderosos y ricos, como si nace de padres humildes y pobres, tendrá que enfrentarse a los problemas que generan las dos situaciones. El pobre tiene que luchar para salir de su precariedad; y, el rico tiene que hacer lo necesario para no perder la respetabilidad y al mismo tiempo no ser demasiado cruel con los demás. Es una lucha que no tiene fin hasta que uno ve que todo lo que haga, como la filantropía, la caridad, etcétera, siempre le dejará en la sensación de que no ha hecho bastante; y, si se da cuenta, se endurece y se hace menos sensible, o entonces soluciona el problema. La solución del problema, es que no haya nada que ceder, nada que dar. Pero así y todo, aún queda el condicionamiento de que siempre tiene algo que es “mío”; por eso, dar con la mano es fácil, lo difícil es dar en el sentido verdadero, espiritual, estar libre psicológicamente de lo “mío”. Y en esto va incluido también, la posesión de la verdad, que es mi verdad y mi realidad contrapuesta a la de otro.

 

El pobre, siente odio contra los ricos; y, ese mismo odio es el que siente el rico, para poder seguir con su respetabilidad y dominar a los otros. El problema del rico, es que necesita estar aislado, pero esto le debilita; aunque tampoco se puede mezclar, porque entonces pierde lo que más lo caracteriza: su elitismo y exclusividad. Por eso, es que siempre están irritados, prontos a estallar. Pero lo más grave, es que no entiende porqué los pobres le odian, si él todo lo que hace lo ha hecho siempre y lo encuentra normal y necesita seguir haciéndolo. La respetabilidad, es lo más destructivo y aislante que hay. Y por eso, viven entre la neurosis aislante, donde creen que estarán tranquilos y felices, y el miedo y la psicosis al otro, al de la calle, al vulgar. Aquí, el dar ya no es con la mano, ahora el dar es psicológico, de mirada, de sonrisa, de afecto, de respetabilidad, de rozarse y mirarse, de serenidad ante el diferente. Y, este es su destino, a menos que lo vea todo como el peligro que es para su vida, la vida que nada más puede ser en relación. Pues, sin relación no hay vida, porque vibramos y reaccionamos a los sonidos, a las palabras, a las imágenes, a nuestros vecinos, a la personas que va por la calle. Los ricos están acostumbrados a los peligros y los miedos, pues siempre están pensando quién les quitará lo que tienen. Pero, el peligro del aislamiento es más grave, porque le altera su salud mental y espiritual.

 

Pero tanto el pobre como el rico, se necesitan mutuamente, como todo lo antagónico, como todo en la vida, como la mujer y el hombre. Cada uno sabe de su poder y se saben precisos, por eso cuando hay un estallido de protesta o revolución, saben que el desorden y el caos será muy perturbador y hará mucho daño. Aunque ha habido muchas revoluciones de los pobres contra los ricos, violentas y sanguinarias, no han conseguido cambiar el patrón básico de la psicología del hombre de lo “mío”, del “yo” y el “tú”. Pero, el odio ciega, confunde y hace que llegue la anarquía. La revolución necesaria y verdadera, no es hacia fuera, la del enfrentamiento y violenta, es la que haga que la psique vea todo el entramado de nuestro comportamiento, del “yo” y el “tú”, del “nosotros” y el “ellos”; donde no hay división y conflicto interno, pues es ahí dentro de nosotros donde se genera la violencia y las guerras.

 

Cuando no vemos ninguna diferencia con lo que observamos, es que hay unión y no división, y entonces todos los problemas desaparecen y quedan resueltos. Y, ¿cómo llegamos a esa ausencia de división, ausencia de diferencia? Solamente tenemos que mirar y observar con toda nuestra energía, con toda nuestra pasión y atención, de manera que no haya espacio entre lo que observamos y nosotros. Solamente así, la vida no se ve como una guerra del yo, contra tú y del todos contra todos.