Torni Segarra

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¿Qué vamos hacer con nuestras vidas? ¿Qué vamos hacer con esta energía, con ese tiempo que tenemos? Si yo empezara a vivir, pondría toda mi atención en observar a las personas y a la naturaleza: animales, árboles, montañas, mares, ríos. Pondría toda mi energía, en descubrir porque los hombres viven en conflicto, peleándose, agrediéndose, matándose. Siempre el hombre ha vivido en guerra, tanto interna como externa. Porque la guerra, es la consecuencia del conflicto interno, que se manifiesta externamente en violencia. Porque, cuando es joven el tiempo y su energía la tiene que gastar y consumir. Y, según como la consuma e invierta, se creará una manera de vivir, de encarar la vida, que al paso del tiempo, se consolidará y será su manera como vive.

 

Pero, todo no es tan fácil y claro como parece, tiene que ser afortunado para tener un cierto ambiente para que no le destruyan la manera como quiere vivir; tiene que ser afortunado, para poder llegar hasta aquí y leer lo que está leyendo e informándose. Tiene que ser fuerte e independiente; tiene que tener pasión por la vida, para observar con toda su atención y que llegue el amor. El mayor problema, es no darse cuenta que estamos divididos, porque entonces no es posible la relación ni la armonía. Sólo cuando nos damos cuenta de que estamos divididos, es cuando vemos su negatividad, su peligrosidad, y es cuando llega la compasión hacia todo.

 

La mayoría de las personas, que han podido llevar una vida de no división, de no conflicto ni violencia, en la manera de lo posible, han sido afortunados y se han visto de alguna manera, comprendidas en su actitud. Pues, todo nos condiciona: el clima, lo que comemos, con quien nos relacionamos, lo que leemos, el lugar donde nacemos, con quien vivimos. Y, todo ello, puede estar, más o menos, a favor o en contra de lo que uno ha de ser. Pero, como quiera que la vida tiene eso que es inexplicable, uno sólo tiene que observarse cómo funciona internamente, de qué manera funciona el pensamiento. Y, todo lo demás será la consecuencia y el resultado de haber visto, cómo se genera y se expande la división.

 

No podremos saber como vamos a responder a un reto hasta que lo tengamos enfrente de nosotros, hasta que no lo veamos cara a cara; por tanto, solamente nos queda vivir; descubrir qué es el vivir. Y para vivir, hay que hacerlo de una manera medianamente confortable. Y, no puede haber confortabilidad, si hay conflicto y desorden, porque esto genera sufrimiento. Pero, los hombres como siempre hemos vivido , en conflicto y en desorden, nos hemos acostumbrado a esa manera de vivir, lo encontramos algo normal. De ahí, esta sociedad que hemos construido, con su esfuerzo, que es una manera de conflicto; con sus peleas entre mujer y hombre, con su lucha y violencia en el deporte; con el nacionalismo y la política, que nos dividen y enfrentan. Y, todo eso que participamos de ello, de una manera o de otra, lo hemos llegado a tolerar y a considerarlo corriente.

 

Pero, hay otra manera de vivir, que nada tiene que ver con el esfuerzo, con el conflicto, con la lucha sin fin. Ya sabemos, que para poder sobrevivir siempre hemos de hacer algún daño, alguna violencia inevitable: sacrificar animales para alimentarnos; si vivimos en un lugar de riqueza aprovecharnos de los que viven en lugares -países- pobres; a la hora de ocupar un puesto de trabajo y hay una oposición, una selección. No es posible vivir sin hacer ningún daño, sin ninguna violencia ni corrupción. No hace falta que nos amarguemos, con represiones y torturas. Solamente con el ver, con prestar atención, podemos ir más allá de toda esta confusión. No esperemos que alguien nos diga lo que tenemos que hacer, lo tenemos que hacer nosotros desde el principio. Porque, la libertad es la esencia del saber, del darse cuenta, de la compasión. Porque si no tienes libertad para ver, para indagar en todas direcciones, si no tienes todo el tiempo para mirar, la conciencia no se despertará ni será pura y diáfana para discernir e ir más allá. Porque como ya hemos dicho, no podemos erradicar y hacer desaparecer la parte dañina de nosotros, pero sí verlo y transcender, ir más allá de todo ello.

 

Y, entonces solamente queda, ¿cómo podemos soportar el daño que causamos y nos causan? Si estamos atentos a todo, cuando vamos por el campo, por un parque o jardín, es muy difícil no pisar algunos insectos, hormigas, caracoles, lombrices. Pero, al estar completamente atentos, si aún así los aplastamos, no sentimos el dolor de su muerte, en ese preciso instante. Luego, al cabo de un momento decimos: “oh que mala suerte, he matado sin darme cuenta, debería de haber prestado más atención, no debería de haber corrido tanto, no debería sentirme mal; pero siento que he matado”. Y, todo este parloteo del la mente, que lo quiere arreglar, que quiere cambiar esa realidad, tiene que cesar. Y, lo mismo ocurre cuando me insultan o insulto, en ese instante como estamos completamente atentos, no sentimos dolor; es al instante siguiente, que se pone en funcionamiento todo el proceso de reconocimiento, que siento el daño. Y, para que cese el parloteo, para que se atenga al hecho que ya no se puede cambiar, el pensamiento y la mente se tienen que dar cuenta de que son un estorbo y un impedimento. Cuando la mente ve y comprende, se serena, permanece en silencio. Y, es un silencio tan profundo, de tanta intensidad, que la mente se convierte en observación, en ver lo que ocurre sin inmiscuirse en ello. Es decir, el pensamiento y la mente desaparecen. Y, sólo queda la dicha de lo sagrado.