Torni Segarra

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Una de las cosas más entrañables de la vida, es que en un momento u otro te puede sorprender. Mejor dicho, son los hombres los que no dejan de sorprendernos. Porque, las sorpresas de la vida son más físicas: una tormenta muy fuerte, un río que se desborda, una calor y frío extremos, un terremoto o un huracán, un volcán en plena actividad, un maremoto -sunami-. Pero, todo esto nosotros, los hombres, no lo podemos evitar. Cuando alguien actúa indebidamente, sí que hay una oportunidad de cambiar esa actitud; ya sea porque nosotros mismos, nos damos cuenta o porque alguien nos advierte e informa de lo negativo de nuestra actitud. Pero la cosa se complica, cuando la relación es con una institución o un organismo, que se rigen por la burocracia, ya sea de papel o de ordenador. Porque, hasta llegar a hablar, cara a cara, con las personas que están detrás de los papeles o los ordenadores, siempre tarda en llegar. Y esto, es el reflejo de lo insensibles que somos, de lo corruptos que hemos llegado a ser. Porque los problemas, se tienen que solucionar ahora; nada más surgen, hay que solucionarlos y liberarse de ellos.

 

Da igual si el organismo, es de representación humanitaria, espiritual o benéfica, la espera a la solución de un problema, se hace irrespetuosa y cruel. Por eso, en toda asociación está el germen de la corrupción, de la desintegración moral. De ahí, que es más importante vivir en tu vida cotidiana, lo que tú quieres hacer, y que también lo hagan los otros, por los demás. Porque la confusión, como todo en la vida, no es de uno solamente, no es para uno solamente. La confusión, cuando nace en uno, la transmite a los demás en la relación, en cada cosa que hace. Porque, la dinámica de la vida, para que tenga orden es: tú me pides algo y yo tengo que responder a ese reto, a ese algo que me pides. Y, es porque ese orden no llega, que llegan los conflictos, los enfrentamientos, las revoluciones. La vida si no tiene orden, no tiene sentido, no vale la pena vivirla. Porque el desorden, genera más desorden en todos los ámbitos, provocando anarquía y caos.

 

Salir del desorden, de la pereza, de la desidia, de la indolencia, nos cuesta tanto que nos hacemos miserables. Y, de esta miseria no estamos libres nadie, porque el reclamar y reclamar solución a los problemas, sin que ello sea posible, es no entender la vida; y, no entendernos; y, no ver nuestras limitaciones. Porque, el hombre es, quiero y no puedo. Queremos tantas cosas, que son imposibles, que no pueden llegar; que tenemos que hacer tantas tonterías, provocando más destrucción y amargura, con tal de acercarnos a eso que deseamos. Todo lo que hemos conseguido, ha tenido un coste altísimo en sufrimiento y dolor, en vidas humanas. Pero, como no vemos el resultado, al ser tan insensibles e inhumanos, pues seguimos como si estuviéramos en la actitud correcta y adecuada, porque vemos que parece que nos acercamos a ese deseo. Deseo que nunca llegará, porque la vida tiene una fatalidad, que no podemos deshacernos de ella.

 

Todos tenemos que morir. Y antes, hemos de sufrir tanto psíquica, como corporalmente. Y, claro, como sabemos tantas cosas, estamos tan informados, creemos que ese fastidio que es el vivir, lo vamos a poner a una parte. Y, no. No se puede. Aunque vivamos dos cientos, quinientos o dos mil años, igual nos tendremos que morir, igual tendríamos los problemas que tenemos ahora. Cuando los hombres duraban veinte años, tenían ante la muerte las mismas sensaciones, miedos y temores, que tenemos nosotros. Y, cuando duren mil o dos mil años, también seguirán teniendo los mismos miedos y temores que siempre hemos tenido. Y esa es la trampa, el engaño, la ilusión, de creer que en el futuro resolveremos todos nuestros problemas. Y, no se van a resolver. Se tienen que resolver ahora, en este instante, en el presente. ¿Por qué, no vemos que eso que nos sucede a nosotros ahora, ya les sucedía a los que vivían hace cien mil años? Tenían la misma actitud ante la vida, que tenemos nosotros: se comían los animales y antes los tenían que matar; querían ser los más fuertes para cazar más y mejor, para coger la mejor hembra, para luchar por cualquier cosa, ser violento y hacer la guerra. Exactamente igual que nosotros. Ellos iban descalzos, no tenían pólvora ni energía nuclear, ni máquinas. Pero, eran iguales a nosotros.

 

Por tanto, para qué tanto esfuerzo, tanta violencia, tanta guerra, si no cambiamos, si siempre estamos igual, siempre actuamos de la misma manera. Ahora bien, al verlo claramente; y al ver, la imposibilidad que tenemos de cambiar; ya hemos cambiado. Porque, todo el problemas que tenemos, su raíz, está en la división interna. Y, cuando deja atrás la división, también se va el conflicto, el desorden y ese caos que todo lo arrasa. Caos, que es el preludio de la confrontación y la guerra.