Torni Segarra

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Hay personas que sienten una gran necesidad de ir de una situación a otra, de un lugar a otro, de un sistema religioso que no satisface a otro que parece llenar momentáneamente, a escudriñar las últimas teorías en psicología y los tratados de la mente. Son personas insatisfechas, que no encuentran nada que les llene y les aquiete su inestable mente. Su angustia es no encontrar nada en que poder depositar toda su energía para así permanecer en quietud y armonía; esto es hasta cierto modo, algo que parece negativo y que por tanto rechazable. Pero vamos a investigar para, si es de alguna manera posible, llegar hasta ver los motivos que nos impulsan a este continuo estado de insatisfacción y si podemos ver dónde radica la raíz de esta aparente problema.
Una de las cosas que más altera la mente es la inseguridad, la falta de algo que conoce, el vivir en lo desconocido, el sentirse no identificada y no dependiente. Cuando tenemos algo que nos da seguridad, es cuando empezamos a hacernos egoístas y defensores de todo lo que nos hace sentirnos poderosos y acoplados. Pero en todo esto no hay nada de amor, pues para que surja nos tenemos que vaciar de todo lo que nos hace irrespetuosos, de todo lo que hace que nos enfrentemos; y esto no puede suceder cuando alguien defiende algo hasta el extremo de sentirse dividido y enfrentado. Tener una apariencia externa de orden no es lo que nos garantiza que somos respetuosos y compasivos con los demás. Si no sabemos como deshacernos de lo que nos divide seguiremos siendo destructivos.
Ya hemos visto que el tener seguridad y el estar acoplado, no nos deja en el amor. Pero el deseo incesante por conseguir algo, por bueno y bien visto que parezca, tampoco nos dará la paz y la quietud necesaria para que llegue eso que decimos amor. Pues el deseo nos hace crueles por conseguir eso que tanto anhelamos. Para que la mente tenga esa cualidad bondadosa y no dañina, hemos de ver toda la estructura en la cual se sustenta. Para eso, tenemos que descartar toda la autoridad del especialista o del maestro. La mente es el resultado de su contenido, que abarca todos los ayeres, todos los gozos, todos los pesares, todo lo que hemos sido durante ese grandioso tiempo que nos ha precedido. Este depósito es la conciencia que al no estar satisfecha con lo que observa, con lo que ve, inventa su realidad, inventa lo que cree que es correcto y adecuado. Es entonces cuando surge el pensamiento, que es el producto de la conciencia. El pensamiento es la acción de la conciencia, es el director que se nutre de su con tenido. Por eso el pensamiento siempre es limitado y estrecho, ya que su acción está basada en el pasado, en la repetición de algo que ya conoce.
Ya hemos descubierto que en la mente existen dos factores -la conciencia y el pensamiento- que han de ser comprendidos para ver que podemos hacer con ellos; hasta que no lleguemos hasta la esencia de lo que es el pensamiento, la mente nos será de bien poca utilidad para poder ver qué es la verdad. Es decir el único obstáculo que existe para que aparezca el amor, es el pensamiento. El pensamiento es tiempo, como ayer, hoy y mañana, el amor es atemporal. El pensamiento busca pero no halla, el amor sin buscar encuentra. El pensamiento, que es el “yo”, no puede actuar sin la seguridad de lo que conoce del pasado, que se lo ofrece la conciencia que actúa a modo de grabadora y archivo. Pero ese pasado es el determinante de todo el caos en que vivimos. Porque cuando queremos algo que ya conocemos el deseo se desencadena, es el momento de su nacimiento, haciéndonos ir tras de ello sin mirar las consecuencias que provoca.
El deseo es por tanto la consecuencia de la conciencia, como del pensamiento, que actúa en todos los campos. El deseo surge por la impresión, luego el contacto y finalmente por la posesión. Lo que quiere decir que si estamos vivos y conscientes, el deseo ha de permanecer. Cuando vemos un pantalón. o cualquier cosa, primero tenemos una impresión que nos hace que sea de rechazo o de agrado, según las características de cada cual; si es de agrado nos lanzamos para conseguirlo, hasta que lo poseemos; si es de rechazo, el deseo será en la dirección contraria, es decir huir y apartarnos de él, descartarlo. ¿Podemos ver cuando surge el deseo y abrir una brecha ente él y la acción? Es decir, cuando surge el deseo de algo o de alguien, ver en un instante si es negativo y, por tanto, rechazarlo. Si podemos hacerlo será la prueba final de que hemos comprendido lo que es la mente, de qué está compuesta, para qué sirve.
El esfuerzo por noble que sea es una distorsión de la realidad, de lo que es, de lo que no me gusta, para conseguir lo que si que me agrada. Nuestras vidas están embrutecidas, son egoístas, son causantes de sufrimiento, y es por eso que todo lo que hacemos tiene que llevar consigo el esfuerzo. Nos hemos convertido en personas respetuosas y llenas de prejuicios, nos hemos agarrado a algo que creemos verdadero y el resultado es todo lo que vemos en cualquier lugar que vamos: hombres a la deriva, la violencia destructiva, todo el dolor del hombre indefenso y solitario, el despilfarro y el hambre de los que no tienen nada. Y todo esto pasa por delante de nosotros como si fuera una hoja que cae de un árbol, sin darle ninguna importancia: o creyendo que esto es así y que debe seguir siéndolo. Pero no nos olvidemos que hemos perdido la sensibilidad, que nuestro corazón se ha enfriado -si es que alguna vez no lo estaba- de tanto que somos incapaces de percibir lo que es el dolor -sobre todo el ajeno- y por tanto hacer algo para que desaparezca.
¿Por qué no sentimos esa llama del verdadero descontento? Puede que sea por razones accidentales, o puede que por pereza y la fuerte corriente de lo falso le haya impedido de hacer algo al respecto. Pero ahora es el momento -si es que quiere y le apetece- en que la sensibilidad puede descubrir, qué es la vida, qué es el dolor, qué sentido tiene el seguir viviendo. ¿Podemos hacer algo por los que sufren las desgracias, la pobreza, el hambre, por los que sufren todo el peso de los tiranos? Si lo intenta, ya no será cómplice de las matanzas y de la desesperación que provocan, tampoco lo será por estar dedicado exclusivamente a buscar su propia seguridad.