Torni Segarra

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¿Estamos seguros de saber lo qué es la belleza; y no lo que nos han dicho que es? Porque, la belleza no es un cuadro pintado y colgado de la pared de un museo o una sala de exposiciones; tampoco es, una puesta de sol. La belleza, está dentro de uno; y si la tenemos, en todos los sitios la veremos. Porque la belleza, no es sólo ver algo que nosotros vemos como belleza. La belleza, cuando vemos de verdad algo bello, todo lo que le sigue también es belleza. No es bello, el cuadro colgado, la escultura expuesta, sino que la belleza tiene que estar en todo: en el ir a verlo, en la entrada, en la luz que hay, en las personas que están a nuestro alrededor, en el mismo lugar donde estamos observando. Pero eso es muy difícil.

 

Esa manera de mirar y ver lo que nosotros nos gusta y agrada, para decir que tiene belleza, es la respuesta de nuestro condicionamiento, de nuestros perjuicios y educación. Eso es lo mismo, que cuando decimos que tal mujer o tal hombre, tienen mucha belleza, son bellos. Y, eso es verdad; pero las otras personas que no consideramos bellas, las que nos son indiferentes, o no las vemos bonitas, también son bellas, tienen belleza. Todo lo que existe es bello, es belleza. La casa bonita y elegante, aseada y bien cuidada; la casa humilde y sin ninguna comodidad, la chabola o la barraca, también son bellas, tiene belleza. Y lo mismo hacemos, con los animales -perros, caballos, gatos, pájaros- y, desafortunadamente, también con los árboles. ¿Se puede decir qué un árbol es feo, que no tiene belleza?

 

Y esta manera dualística y divisiva de encarar nuestra vida, es la que está generando toda la desdicha y el desorden en que vivimos. El racismo, es eso: los blanco y los rubios, los de piel encarnada, sí que me gustan; pero los de piel oscura o negra, siento un rechazo hacia ellos, ya que no me gustan. ¿Tú sabes eso lo qué quiere decir, lo qué provoca y genera? Y lo mismo sucede con las religiones: la mía la encuentro tan buena, razonable y verdadera; pero las otras religiones, las encuentro peligrosas, supersticiosas, sin sentido, como algo extravagante. Y esa misma dualidad, que es división, también genera y construye las fronteras con sus nacionalismos. ¿Por qué decimos que esa persona es extranjera? Si todos, estamos en el mismo barco, que es la hermosa tierra.

 

Si nos diéramos cuenta de lo que esta dualidad provoca, seguro que no encararíamos así la vida, a las personas, a los animales, a los árboles. Nos hemos acostumbrado a vivir así, lo vemos en el deporte, con su unos contra otros; lo vemos en todas las competiciones, ya sean artísticas, culturales e intelectuales, en el lugar de trabajo: yo contra tú, nosotros contra ellos. La cuestión es: si pudieran mirar atentamente lo que sucede, lo que está pasando en su vida, en la vida de todos; si se diera tiempo para mirar y observar con atención, tal vez, iría más allá de la dualidad. Pero, es tanta la necesidad de competir, de triunfar, que está confundido y se refugia en la vulgaridad. Por eso, lo más vulgar que hay, es triunfar.