Torni Segarra

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Si uno es sensible, todo nos impacta y hace daño, ¿no es así? Cuando vemos llorar a otros, nosotros sentimos ese dolor que está sintiendo el que está llorando, cuando vemos que las personas son maltratadas, masacradas, apaleadas, asesinadas en cualquier lugar del mundo, uno siente ese tremendo dolor dentro de sí. Además del dolor de la impotencia por no poder hacer nada para que ese dolor cese, para que cese esa injusticia de los malos tratos.
Pero, en ese ver que no podemos hacer nada, es cuando sí que podemos hacerlo: ir más allá de todo eso, sin hacer otro problema más, pues caeríamos en esa dinámica de las respuestas y contra respuestas, caeríamos en la división, en los enfrentamientos, en la violencia y su crueldad. Por tanto, uno sin huir de ello, descarta todo eso, lo ve, lo comprende. Y en esa comprensión, sin división alguna, es de la manera que podemos influir para que el dolor y el sufrimiento de los malos tratos, de la violencia y la guerra, con toda su monstruosa crueldad no puedan ser.
 
La belleza está en todos y en todas partes. Pero para sentirla, verla, es preciso que nosotros tengamos la capacidad de observar y ver siempre todo como nuevo. Lo nuevo es lo que no se repite, lo que nadie ha tocado, ni manoseado por las astutas, egoístas mentes. El egoísmo y la belleza, no pueden ir juntos. Pues el egoísmo es la fealdad, el conflicto, el dolor, la explotación, los malos tratos, la crueldad, la agresividad, la violencia.
 
Las madres hacen lo que tienen que hacer, y si lo pueden hacer. Pues, llegado un momento ante la vida y la muerte, ¿quién sabe lo que podemos hacer, quién sabe cómo vamos a reaccionar? No sabemos nada del futuro. Así que sólo nos hemos de atener el presente, al ahora.
Las cosas son como son. Y eso no se puede cambiar. Así que cuando antes lo comprendamos, tanto mejor para todos. No solamente en lo superficial, sino en la totalidad de la realidad de la vida. Pues querer cambiar la realidad, que no me gusta ni satisface, por otra realidad que sí que me gusta y me satisface más, nos divide, y es el origen de todos nuestros problemas.
 
Lo interno y lo externo son lo mismo. Es una ilusión esa división entre lo interno y lo externo, entre el ‘yo’ y el ‘tú’, el ‘nosotros’ y el ‘ellos’. Así como somos en lo interno lo exteriorizamos en lo externo, en todo lo que hacemos, en el mundo donde vivimos. De ahí la sociedad tan caótica y desordenada que hemos generado entre todos.
 
Ante un reto cualquiera si es que somos sensibles hemos de responder. Y en esa respuesta está implícito el descubrimiento de si podemos hacer algo o no al respecto. Así que, si la sensibilidad está ahí, ella misma nos dará la acción correcta, ordenada.
Ahora falta saber si eso va a ser cierto, verdad o mentira. Y por cuanto tiempo vamos a estar en ese estado de atracción.
 
Cuando tenemos una necesidad de algo, vamos a por ello o no. Pueden surgir dudas, contradicciones con sus deseos opuestos, miedos, temores, un deseo irrefrenable de conseguirlo o de hacerlo, todo junto a la vez. Eso quiere decir, que hay confusión, que en realidad esa necesidad no es total y absoluta. Porque cuando la necesidad es verdadera, no hay ni vemos ningún problema, obstáculo ni contradicción, sino que la acción sucede con toda normalidad, como si todas las puertas se abrieran para poder conseguir eso que necesitamos.
Otra cosa, es el caos, el desorden que pueda generar en nuestras vidas eso que hemos hecho. Pero así funcionamos: error, acierto. Una causa genera un efecto, que a su vez genera otra causa. Es decir, la vida es destrucción, amor y construcción. El caos lleva implícito en sí el orden. Y este orden vuelve a generar otro caos.
La vida no es lo que queremos que sea, como nos han dicho que es. La vida es la absoluta inseguridad en todos los ámbitos. Donde todos funcionamos de la misma manera. No existe la acción perfecta. Porque lo que es perfecto para unos lo es imperfecto para otros. Porque además, no existe la persona absolutamente buena. Es al revés, somos malos y hemos de hacer las cosas de manera para que no lo seamos. Y eso llega cuando hay comprensión de la realidad, de la manera cómo funciona el pensamiento.
 
¿Puede alguien que no le gusta el alcohol, u otra cosa, que no quiere tomarlo, ingerirlo? Puede tomarlo, para poder seguir con sus amigos, o personas con las que se relaciona, para no quedarse ni sentirse solo. Las mujeres que toman alcohol para que el apetito no las desborden y así no tener que comer –Beberexia, del inglés Drunkorexia-, para verse y sentirse mejor, si de verdad no les gustara el alcohol no lo tomarían.  Cuando vivimos en desorden, todas las cosas sirven para que continúe o acrecentar ese desorden. Porque si no quisiéramos el desorden de verdad, no lo tendríamos ni un segundo más en nuestras vidas.
Por tanto, no solamente está el problema de no querer comer, sino que también les gusta el alcohol –lo soportan, lo toleran, lo consumen- y toda esa manera de vivir que se genera con las borracheras. Por lo que el deterioro de la percepción de la realidad, está ahí haciendo su trabajo: ver e inventar algo absurdo e irreal, que es negativo. Por lo que genera la morbosidad, una enfermedad mental, neurótica, con todo su desorden, confusión y caos.
 
Toda regla, norma o patrón, todo lo que tenemos planificado, no nos sirve para resolver los problemas. Pues la realidad es mucho más de lo que creemos o podamos creer. Por eso, hemos de enfrentarnos a los hechos de nuestra vida sin referencia alguna del pasado, de lo que se ha dicho o se dice. Lo nuevo, el amor, está ahí cuando morimos a lo viejo y repetitivo, a lo que está más allá de nuestras pequeñas y mezquinas mentes.
 
¿De dónde sale el dinero para comprar y llevar toda esa ropa, zapatos, etc., tan cara? ¿Lo tenemos claro ya? Pues, ese dinero sale de explotar y robar a los pobres, quitándoles lo que se merecen por su trabajo. Así de claro y verdadero. Cada cual que asuma su responsabilidad por lo que le pueda pasar: pues aquel que genera y es causa de escándalo –injustica, malos tratos, brutalidad, crueldad-, está perdido.
 
En el momento en que nos damos cuenta que los problemas no tienen solución, de que la realidad es como es, y no como nos gustaría que fuera, es cuando hemos de ir más allá de todo eso que es la realidad . De ese ir más allá llega la comprensión, que nos libra de la amargura, de hacernos neuróticos.
 
¿Nos damos cuenta de que esa persona de la que hablamos, criticándola, reprochándole sus maneras y actitudes, es igual que nosotros en su comportamiento básico? Podrán variar algunos detalles personales, pero esencialmente todos hacemos lo mismo, cada cual lo hace en un momento y situación, cuando tiene la necesidad.
Por eso, todo el problema no es de los otros, el problema es uno mismo. Porque si resolvemos los problemas –nuestros problemas- que son comunes a todos, los problemas de los otros no nos afectarán porque comprenderemos por qué llegan, sus consecuencias, su origen y su fin.