Torni Segarra

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                                                                     Índice

1. El descubrimiento de lo falso.

2. La búsqueda del placer.

3. La llama del descontento.

4. La ilusión es egoísmo.

5. Vivir no es luchar.

6. Vivir sin violencia.

7. La dependencia.

8. La verdad es libertad.

9. Lo que somos ahora es lo que importancia.

10. Nosotros somos el problema.

11. ¿Qué es lo que queremos?

12.La guerra.

13. El sexo.

14. El sentimiento de belleza.

15. ¿Es la paz posible?

16. La espiritualidad.

17. La sencillez en el vivir.

18. La rutina y la repetición.

19. El verdadero sentido de la belleza.

20. La atención profunda.

21. La acción correcta.

22. La ignorancia.

23. Más allá del pensamiento.

24. La mente no-dual.

25. El amor.                                                    

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                                                         El descubrimiento de lo falso

Cuando antes nos percatemos de todo lo que es falso, más pronto también tendremos la energía suficiente para rechazarlo. No podremos encararnos con los problemas que nos acucian para solucionarlos, si no tenemos la fortuna de estar dentro de esa infinita energía que en todo se manifiesta por ella misma. Esa energía que hace mover el sol y la tierra, que está tanto en los animales y los hombres, como en las piedras y los metales, es la que necesitamos en abundancia. ¿Qué es lo falso? ¿Cómo podemos saber que algo no es verdadero? ¿Hay algún método o alguna práctica que nos ayude a desenmascarar lo que es falso? ¿Qué cualidad debe tener la mente para ser capaz de discernir y deshacernos de todo lo que nos empequeñece?

Lo que más nos iguala a los hombres es el dolor que todos soportamos, no queremos que nos afecte, pero estamos tan deteriorados que no acertamos la manera en que desaparezca definitivamente de nuestras existencias. El dolor y la existencia son una misma cosa, hasta que uno llega a descubrir que lo falso es el desencadenante de todos los males que padecemos. Lo falso es la ilusión de lo que me gustaría que fuese; es el deseo que no cesa por querer cambiar el funcionamiento total de la vida; es el deseo que pretende -vana y torpemente- cambiar la realidad que no satisface por otra más halagüeña. ¿Qué es nuestro egoísmo, sino un intento tras de otro para que la realidad que tanto nos fastidia cambiarla a nuestro antojo?

El egoísmo es ilusión, es lo falso. Pretender hacer lo que a uno le dé la gana, es el principio de todos nuestros sufrimientos. Pensamos que con un grado más de egoísmo nos desharemos de todo lo que nos molesta. Por eso, nos hemos convertido en astutos y refinados comerciantes de la muerte. Tenemos una apariencia activa y desenvuelta que todo lo arrolla, dominamos ciertas técnicas, tenemos museos llenos de obras donde vamos a autosatisfacernos, podemos ir a escuelas y a los libros para desarrollar cualquier cosa que nos interese. Tenemos toda clase de información que nos proporcionan los ordenadores, pero el problema de nuestra existencia todavía no lo hemos resuelto. Siempre vivimos del pasado; y el pasado está muerto, ha desaparecido. Y nosotros queremos apoyarnos en lo que está fuera del presente, del ahora, de lo que es atemporal. Hemos inventado el tiempo para consolarnos, para resistirnos al final; cuando al introducir el factor tiempo es cuando involucramos el principio y el fin. Si no hay tiempo, no hay ni pasado ni presente ni futuro, ni tampoco principio ni fin; solamente hay una continuidad transformándose y renovándose, que es la totalidad del universo.

Hemos dicho que la ilusión es lo falso; que ésta domina toda nuestra manera de vivir, que nos tiene atrapados como a los niños sus juegos, que mientras no nos desprendamos de ella no podremos solucionar los problemas que nos hacen que nos destruyamos unos a otros. Porque, ¿qué es nuestra cotidiana manera de vivir? No somos felices y por tanto hacemos las cosas sin ningún respeto hacia ellas, y por eso no nos salen bien, y nos sentimos culpables o creemos que la culpa es del ambiente. Para hacer algo como es debido hemos de tener paz interior, hemos de estar unidos con lo que tenemos entre manos. Esto solamente es posible teniendo una mente sana, lúcida, cuerda, que sea capaz de destruir en un único instante todo lo que la fragmenta y divide, todo lo que se antepone entre lo que hacemos y nosotros.

Una de las consecuencias de la ilusión -la más grave y detestable- es la carnicería de la guerra. No creamos que nosotros no participamos en esta carnicería, porque se desarrolla lejos de donde vivimos, en un lugar que está en el mapa y nos dan noticias sobre ella. Mientras permanezcamos divididos en lo interno, y por tanto también en lo externo, seremos responsables de todas las atrocidades, los asesinatos en masa, la destrucción de todo lo que nos ayuda a vivir. Hemos hecho posible que podamos ver los virus, las células, las bacterias, nos dirigimos hacia Marte, pero la guerra todavía es nuestra, está dentro de nosotros, está en nuestra sangre y en la que ha derramado el hombre muerto en el campo de batalla. La guerra siempre se puede evitar. Hay infinitos motivos para hacerla o no hacerla; el que la hace vive en la ilusión, en lo falso; sus argumentos serán inacabables, el resultado siempre el mismo: dolor, destrucción, sufrimiento, los problemas y los conflictos sin ser resueltos y prontos a volver a desencadenar más locura y desesperación.

La mente que falsea la realidad de lo que es, la verdad de las cosas y toda la vida, es lo que hemos de transformar radicalmente, puesto que ella es la que dirige todos nuestros actos, la que nos sostiene nuestras existencias, ella es nuestra vida en sí. ¿De qué manera transformaremos ese único instrumento que tenemos que es la mente? No esperemos que nos lo diga alguien, hemos de investigar muy profundamente, hemos de tener gran cantidad de pasión por resolver este acuciante problema, de lo contrario seguiremos destrozándonos. Hemos de ver en este mismo instante lo que implica el dolor, lo que lo provoca, la fealdad que lleva consigo; hemos de sentir también lo que es la belleza, el orden que lleva consigo, la paz que va unida a ella. Hemos de ver en un único instante todo esto, todo lo relacionadas que están todas las cosas, dónde se sustenta la mente que falsea la verdad de la vida; hemos de ver su invento que es el pensamiento, hemos de ver también lo que implica el tiempo que es su resultado.

Si somos capaces de ver todo este conglomerado y darle su verdadero significado, con la misma sencillez que resolvemos el problema cuando tenemos hambre, entonces seremos afortunados y habremos visto qué es lo falso, qué es la ilusión, y la trama que les da fundamento. Entonces ya no tendremos problemas que nos perturben, puesto que viviremos con ellos sin que nos molesten, sin ser algo diferente de ellos. Seremos un todo indivisible y armónico, donde lo que observemos es lo mismo que nosotros. De esta manera, uno es incapaz de hacer daño voluntariamente a alguien o a algo, ya que se lo haría a sí mismo. Ver es actuar. Y si hemos visto de vedad, la acción será correcta y ordenada, inundándolo todo de gozo y belleza.

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                                                              La búsqueda del placer

Cunado más lejos estamos de la verdad, nuestras vidas tienen menos significado, tienen menos sentido, y entonces se nos presentan como algo detestable como una lenta e inacabable agonía. Es en ese momento, cuando surge la crisis, que pueden suceder dos actitudes: el rechazo total de todo lo que nos envilece y nos obstruye la clara visión de la realidad, o la entrega a todos los caprichos que nos demanda nuestra falta de seguridad y que son producto de nuestro “yo”. El placer es algo que llena pero que no satisface. No hay que estar contra nada, de lo contrario surgiría el antagonismo y con él la división. Hay que tener una visión clara de cada requerimiento, tanto interno como externo, para tener la suficiente energía para descartarlo -si es que es negativo-, como descartamos un peligro: la presencia de un animal salvaje, la proximidad de un precipicio.

¿Qué puede necesitar una persona que trabaja largas jornadas, que le acucian toda clase de problemas: familiares, económicos, existenciales; que no puede encontrar ningún alivio para su torturada manera de vivir, ya que todo su entorno está como él: necesitados de algo que les tapone el derrame continuo de angustia y desesperación? Lo más cómodo es entregarse al placer, sin darse cuenta que de esta manera toda su desdicha irá en aumento. Por eso hemos dicho, que no estamos contra el placer, sino contra sus resultados que provoca. Pues la acción y su resultado son la misma cosa. Los rectos medios, nos darán rectos resultados. Es muy arduo salirse de la corriente que domina a los hombres, que no es ni más ni menos que la sociedad donde viven. Como la mayoría están atrapados en la corriente de la vulgaridad, del esfuerzo, de los deseos egoístas, el que pretende salirse tiene la sensación de un total aislamiento, de una grandiosa soledad.

Aunque esa visión directa de lo que es la soledad, abra la puerta a una percepción más aguda, más sutil, más fina y sensible, donde la relación con lo externo es algo íntimo y más allá de las formas convencionales. Uno es solitario, pero no está aislado pues la relación es con lo más ínfimo y vulgar aparentemente: una montaña, las nubes, los árboles, las sillas y las mesas, las hormigas, los pajarillos; y la cháchara se convierte en comunicación no-verbal. Es desde esta soledad que podemos arrancar todo lo absurdo de nuestras existencias e ir más allá de todo lo fuertemente establecido. Darle la espalda a la sociedad, es vivir en soledad; pero esa es la manera que podemos hacer verdaderamente algo serio y que tenga significado. No perderemos nada, porque no hay nada que perder. Si comprendemos algo completamente, la verdad estará en nosotros; y esa misma verdad hará que surja una acción imprevisible, que no tendrá nada que ver con lo que habíamos manoseado con el pensamiento. Esta acción puede parecer sorprendente o radical a los ojos del mundo, pero estará dentro del orden. Esto es igual como cuando sembramos algo: ello surgirá con fuerza y esplendor.

Pero no nos gusta el estar solos, no nos gusta la soledad, queremos que nos vean, deseamos que nos quieran y nos mimen, no podemos soportarnos la tremenda angustia que nos provoca la visión de lo que somos, de las tonterías que hacemos o hemos hecho; tampoco queremos ver lo que está siempre acechándonos: la muerte y lo que le antecede. Por eso, buscamos algo que nos aparte de esa tremenda y escalofriante visión; cuando deberíamos mirarla muy atentamente y llegar hasta la misma raíz que le da sustento, para ver qué podemos hacer al respecto. De esta manera si viésemos toda la estructura no huiríamos para refugiarnos temporalmente, pues nos daríamos cuenta que no hay motivo alguno para sentirnos azarados.

La esencia de la sociedad es inmoral. La sociedad en que tanto nos gusta apoyarnos es falsa, hipócrita, es deshonesta, al igual que sus dirigentes y todos los que la sustentan. Así que no hay ningún motivo de preocupación si nos deshacemos de algo tan nefasto y de tan poco sentido. Muchos arguyen rápidamente que sobrevendría un caos y un desconcierto mayor que el actual y que por tanto nos debemos de conformar con lo que tenemos, retocando esto o aquello. Este argumento es producto del condicionamiento que la sociedad impone para perpetuarse; porque cuando alguien tiene algo que perder no quiere la incertidumbre de lo nuevo, se agarra a lo viejo y conocido que es la brutalidad, la autoridad y el poder. Pero, aunque lo disfracemos con instituciones, con enfáticas palabras, con el martilleo de la repetición de que estamos en el mejor de los momentos, la sociedad es provocadora de división, de antagonismo y del caos y el horror de la guerra.

No podemos dejarnos llevar por charlatanes, por personas insensibles, por personas que usan palabras y conceptos que no concuerdan con sus vidas cotidianas. Seguir a alguien es altamente peligroso, es un signo de inmadurez, de poca profundidad, tanto para el que hace de guía como para el que se entrega. Alguien que está confuso no puede más que elegir como guía a alguien a quien está también en la confusión; este es el grave problema que tienen los hombres que dejan que otros manejen sus vidas. Pues de esta manera se está en un callejón sin salida. Hasta que no llegue la percepción de que nadie debe someterse a otro, si es que quiere vivir en la verdad y por tanto desprenderse de lo falso de la dependencia, estaremos encerrados dentro del círculo del absurdo, que nos lleva a la desesperación de la violencia cruel y despiadada.

El miedo juega un gran papel importante en el sostén de este monstruoso mundo que hemos creado. Sin el miedo de los obedientes seguidores, los líderes y los dirigentes, los gurús y los maestros, no tendrían nada que hacer; porque toda la energía que nos bloquea el miedo, la utilizaríamos para ver toda la trama en que estamos enredados. Todos los avances técnicos están sustentados en la obediencia de los que los van a utilizar -los usuarios- que se creen beneficiar sin ningún precio a cambio. Hemos llegado muy lejos en cuanto a la técnica, pero en lo interno -moralmente, espiritualmente, en lo psicológico- somos exactamente igual que los primitivos hombres que vivían en los agujeros de las montañas, hace miles y miles de años. Ellos se destruían unos a otros; ahora en la actualidad, por muy desarrollados que estemos en el aspecto material y científico, también nos destrozamos; con el agravante de que las armas que utilizamos para destrozarnos tienen el gran poder de destrucción devastador y cruel.

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                                                                            La llama del descontento

Hay personas que sienten una gran necesidad de ir de una situación a otra, de un lugar a otro, de un sistema religioso que no satisface a otro que parece llenar momentáneamente, a escudriñar las últimas teorías en psicología y los tratados de la mente. Son personas insatisfechas, que no encuentran nada que les llene y les aquiete su inestable mente. Su angustia es no encontrar nada en que poder depositar toda su energía para así permanecer en quietud y armonía; esto es hasta cierto modo, algo que parece negativo y que por tanto rechazable. Pero vamos a investigar para, si es de alguna manera posible, llegar hasta ver los motivos que nos impulsan a este continuo estado de insatisfacción y si podemos ver dónde radica la raíz de este aparente problema.

Una de las cosas que más altera la mente es la inseguridad, la falta de algo que conoce, el vivir en lo desconocido, el sentirse no identificada y no dependiente. Cuando tenemos algo que nos da seguridad, es cuando empezamos a hacernos egoístas y defensores de todo lo que nos hace sentirnos poderosos y acoplados. Pero en todo esto no hay nada de amor, pues para que surja nos tenemos que vaciar de todo lo que nos hace irrespetuosos, de todo lo que hace que nos enfrentemos; y esto no puede suceder cuando alguien defiende algo hasta el extremo de sentirse dividido y enfrentado. Tener una apariencia externa de orden no es lo que nos garantiza que somos respetuosos y compasivos con los demás. Si no sabemos cómo deshacernos de lo que nos divide seguiremos siendo destructivos.

Ya hemos visto que el tener seguridad y el estar acoplado, no nos deja en el amor. Pero el deseo incesante por conseguir algo, por bueno y bien visto que parezca, tampoco nos dará la paz y la quietud necesaria para que llegue eso que decimos amor. Pues el deseo nos hace crueles por conseguir eso que tanto anhelamos. Para que la mente tenga esa cualidad bondadosa y no dañina, hemos de ver toda la estructura en la cual se sustenta. Para eso, tenemos que descartar toda la autoridad del especialista o del maestro. La mente es el resultado de su contenido, que abarca todos los ayeres, todos los gozos, todos los pesares, todo lo que hemos sido durante ese grandioso tiempo que nos ha precedido. Este depósito es la conciencia que al no estar satisfecha con lo que observa, con lo que ve, inventa su realidad, inventa lo que cree que es correcto y adecuado. Es entonces cuando surge el pensamiento, que es el producto de la conciencia. El pensamiento es la acción de la conciencia, es el director que se nutre de su con tenido. Por eso el pensamiento siempre es limitado y estrecho, ya que su acción está basada en el pasado, en la repetición de algo que ya conoce.

Ya hemos descubierto que en la mente existen dos factores -la conciencia y el pensamiento- que han de ser comprendidos para ver qué podemos hacer con ellos; hasta que no lleguemos hasta la esencia de lo que es el pensamiento, la mente nos será de bien poca utilidad para poder ver qué es la verdad. Es decir, el único obstáculo que existe para que aparezca el amor, es el pensamiento. El pensamiento es tiempo, como ayer, hoy y mañana, el amor es atemporal. El pensamiento busca, pero no halla, el amor sin buscar encuentra. El pensamiento, que es el “yo”, no puede actuar sin la seguridad de lo que conoce del pasado, que se lo ofrece la conciencia que actúa a modo de grabadora y archivo. Pero ese pasado es el determinante de todo el caos en que vivimos. Porque cuando queremos algo que ya conocemos el deseo se desencadena, es el momento de su nacimiento, haciéndonos ir tras de ello sin mirar las consecuencias que provoca.

El deseo es por tanto la consecuencia de la conciencia, como del pensamiento, que actúa en todos los campos. El deseo surge por la impresión, luego el contacto y finalmente por la posesión. Lo que quiere decir que, si estamos vivos y conscientes, el deseo ha de permanecer. Cuando vemos un pantalón. o cualquier cosa, primero tenemos una impresión que nos hace que sea de rechazo o de agrado, según las características de cada cual; si es de agrado nos lanzamos para conseguirlo, hasta que lo poseemos; si es de rechazo, el deseo será en la dirección contraria, es decir huir y apartarnos de él, descartarlo. ¿Podemos ver cuando surge el deseo y abrir una brecha ente él y la acción? Es decir, cuando surge el deseo de algo o de alguien, ver en un instante si es negativo y, por tanto, rechazarlo. Si podemos hacerlo será la prueba final de que hemos comprendido lo que es la mente, de qué está compuesta, para qué sirve.

El esfuerzo por noble que sea es una distorsión de la realidad, de lo que es, de lo que no me gusta, para conseguir lo que si que me agrada. Nuestras vidas están embrutecidas, son egoístas, son causantes de sufrimiento, y es por eso que todo lo que hacemos tiene que llevar consigo el esfuerzo. Nos hemos convertido en personas respetuosas y llenas de prejuicios, nos hemos agarrado a algo que creemos verdadero y el resultado es todo lo que vemos en cualquier lugar que vamos: hombres a la deriva, la violencia destructiva, todo el dolor del hombre indefenso y solitario, el despilfarro y el hambre de los que no tienen nada. Y todo esto pasa por delante de nosotros como si fuera una hoja que cae de un árbol, sin darle ninguna importancia: o creyendo que esto es así y que debe seguir siéndolo. Pero no nos olvidemos que hemos perdido la sensibilidad, que nuestro corazón se ha enfriado -si es que alguna vez no lo estaba- de tanto que somos incapaces de percibir lo que es el dolor -sobre todo el ajeno- y por tanto hacer algo para que desaparezca.

¿Por qué no sentimos esa llama del verdadero descontento? Puede que sea por razones accidentales, o puede que por pereza y la fuerte corriente de lo falso le haya impedido de hacer algo al respecto. Pero ahora es el momento -si es que quiere y le apetece- en que la sensibilidad puede descubrir, qué es la vida, qué es el dolor, qué sentido tiene el seguir viviendo. ¿Podemos hacer algo por los que sufren las desgracias, la pobreza, el hambre, por los que sufren todo el peso de los tiranos? Si lo intenta, ya no será cómplice de las matanzas y de la desesperación que provocan, tampoco lo será por estar dedicado exclusivamente a buscar su propia seguridad.

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                                                               La ilusión es egoísmo

El que la gran mayoría de las personas vivan en la ilusión es algo de algo que se puede constatar en cualquier lugar donde estemos; las personas necesitan creer en algo, sujetarse a algo, necesitan una teoría o ideas para justificar sus actos y sus vidas. Hay quienes dicen que todo lo que hagamos no tiene porqué ser negativo, incluso los actos que consideramos como tales. ¿Qué pensaríamos si alguien intentase abusar de nosotros? ¿Qué pensaría una mujer que va sola por algún lugar solitario y alguien intentase obligarla a hacer que no necesita, no quiere? Ella argumentaría que no necesita, que no quiere participar de lo que se le ofrece y pensaría que con esto se terminaría toda la cuestión; pero el otro, puede que sí que tenga la necesidad y quiera que le ayuden a resolver el problema de la insatisfacción. El problema así expuesto nos demuestra que sí que hay algo que puede ser considerado como objetivamente negativo.  Entre las dos personas se ha desarrollado un conflicto: uno desea algo del otro que no está dispuesto a entregar. Si el que desea ese algo, que el otro se resiste a dar, no desiste y renuncia, el conflicto puede estallar en todas sus formas brutales e inhumanas. De esta amanera, que parece tan poco importante en principio, se desarrollan también las devastadoras y crueles guerras.

El egoísmo es el principio de todos los desastres, ya sean perceptibles o no. Las personas en su ilusión crean sus necesidades, sus caprichos, sus deseos inaccesibles. Toda persona debe saber renunciar si en ello está en juego la armonía y la paz. 

En la escuela desafortunadamente, no nos enseñan para saber observar para descubrir lo falso y descartarlo. En las escuelas nos enseñan a obedecer a la autoridad, ya sea la del libro, la del dogma, o la del maestro. De esta manera es como la mayoría vivimos en la ilusión, en el egoísmo inconsciente. Y aunque parezca inofensivo, es el causante de todo el caos en que vivimos. A uno le dicen que es europeo, cristiano, musulmán, judío, occidental o africano; también le dicen que el blanco es superior al negro, que el norte desarrollado tiene todas las cualidades que el sur empobrecido no puede acceder a ellas y por tanto es inferior. El resultado es una mente divisiva, un racismo a escondidas y refinado, cuyo final es tarde o pronto el enfrentamiento con todas sus graves consecuencias. El enseñar, el educar, es una de las cosas más sagradas que podemos hacer. Porque de ello depende que haya o no paz en el mundo. Si hacemos personas con mentes veraces, honestas y compasivas, ellas influirán en otras mentes para que también lo sean, y éstas en otras harán lo mismo.

Es de lo más importante darles una educación correcta a los niños desde la más temprana edad; los padres, y los más cercanos a ellos, deben saber que de su comportamiento dependerá toda su estructura psicológica que luego desarrollen. Una educación feliz hará un niño feliz y sincero. Una educación basada en el esfuerzo hará que el niño, allá donde vaya, desencadene conflictos y malos modos. No esperemos que a nuestros hijos los eduquen en las escuelas, tanto si son estatales como privadas, puesto que lo que recibirán de los maestros y profesores será lo que les transmitieron a ellos: el acoplamiento a la sociedad.

Si tuviéramos la suficiente energía y la posibilidad, deberíamos hacer unas escuelas adecuadas, donde el maestro no fuera a ganarse un sueldo solamente, donde los niños y el maestro no se tuvieran recelo, donde se impartiese una educación no para hacer de los hombres unas meras máquinas que obedecen sin más. En las escuelas tradicionales, se hace hincapié al esfuerzo, a la comparación, se premia la competitividad. El resultado es la sociedad de la violencia, de la brutalidad, de las guerras despiadadas. Donde hay esfuerzo el amor no puede florecer; donde hay comparación como el mejor elevándose sobre el inferior, no puede haber armonía ni por tanto paz; donde la competitividad es el motor que hace funcionar las vidas de los hombres, los desastres y el caos estarán siempre ahí.

Tal vez, no hemos visto la importancia que tiene la educación adecuada para el florecimiento de una nueva manera de vivir, una manera de encarar los problemas en que sean resueltos y no vuelvan a aparecer nunca más. Una manera de sentir la vida no como una pesada carga, sino como algo en que estamos gozosos y sencillos. Porque la vida es en sí -cuando desaparecen los pequeños y grandes problemas- algo sencillo y suave, algo que fluye con una continuidad constante. Nosotros, por nuestra desgracia, lo queremos tocar y manejar todo, pensando que así funcionará todo mejor; nos pensamos que con una mente finita podemos arreglar lo infinito, lo inabarcable, lo que no tiene principio ni fin, lo que está más allá de las palabras y de todas las formas verbales. Es necesario, si es que queremos que todo cambie de una vez, una mutación, un cambio radical en la psique.

Este cambio si produce división y antagonismo, no tendrá ninguna validez, pues será uno más de los muchos que se han hecho. El cambio debe de ser para que el sentimiento tan fragmentado que tenemos, deje paso a una manera de ver y sentir la existencia como una indivisible unidad en la que todo está estrechamente relacionado, en la que todo es interdependiente en el sentido más sutil y profundo. No espere a que alguien le diga de qué manera tiene que empezar y cuáles son los síntomas a que se verá expuesto. Uno si ha comprendido, si ha visto todo el tremendo dolor a que estamos expuestos, si lo ha observado y ha llegado hasta la misma raíz, sabrá qué hacer en cualquier circunstancia que se presente. Si vemos de verdad, no nos queda otra opción que la acción. Si dejamos fluir la vida, ella tiene su ley y sus maneras, ante la cuales nada podemos ni debemos hacer.

Ser sencillo es ver nacer, crecer en su esplendor y morir todo lo que tiene vida, sin afectarse por ello y sin pretender cambiarlo. Toda la belleza de la existencia radica en saber comprender este misterio: todo lo que es ha de perecer, ha de transformarse, para que ese constante fluir siga su inescrutable movimiento. Cuando antes seamos capaces de verlo y entenderlo en todos los retos, que es lo mismo que vivirlo, antes también nuestras existencias serán dignas de ser vividas.

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                                                                                   Vivir no es luchar

Estamos tan acostumbrados a la contradicción, al enfrentamiento entre nosotros, a luchar y disputarnos tantas cosas, que si todo esto desapareciese nos sentiríamos perdidos creyéndonos víctimas de alguna grave enfermedad. Nuestra manera de vivir es ante todo miedo de todo lo que nos rodea; por tanto, luchamos contra ese miedo; y esa lucha es la violencia, es la causante de todo el desorden que padecemos. El miedo distorsiona el equilibrio de la mente, ya sea el miedo a la autoridad, ya sea a la muerte, ya sea a perder el empleo o a la esposa. Tenemos tantos miedos que estamos apabullados sin poder responder adecuadamente a todos los retos que nos llegan. Porque el obedecer a un patrón de vida que es causante de tanta absurdidad, de tanta angustia y desesperación, es el signo de que hemos perdido la capacidad de ver.

Hace falta ser muy insensible para ser rico. La sensibilidad es necesaria para poder solucionar los graves problemas que nos acucian, que nos dejan las manos sucias porque no hacemos nada para resolverlos. Ser sensible es tener todo el tiempo para observar, para escuchar, para darnos cuenta cómo hablamos y caminamos, para ver qué se puede hacer ante el problema de una persona que pasa por la calle. Ser sensible también es gozar de la grandiosidad de una montaña, ante la sencillez de la acogedora luna, ante la maravilla de los animales, ante la matita de hierba que surge en el diminuto espacio del asfalto de la carretera. Nada de esto nos gusta hacer; y si lo hacemos no tenemos la suficiente energía para seguir adelante con ello, porque para ello hemos de dejar muchas cosas a las que estamos aferrados, hemos de vaciarnos por completo de todas las tonterías que hacemos.

El empleo, el partido político, las absurdas teorías e ideas, la familia, los dogmas religiosos, los nacionalismos con sus visiones separatistas y lingüísticas, todo ello tiene que desaparecer para poder mirar con ojos limpios e inocentes. Siempre estamos mirando hacia fuera, a lo externo, esperando que nos dé una señal, un vestigio para cogernos a él y sentirnos un poco aliviados de nuestras angustias. Aunque esto no tenga fin, esperamos que la nueva experiencia sea más duradera que la anterior y con eso nos conformamos. Pero el verdadero problema, el único y definitivo problema hemos de resolverlo en lo interior, muy adentro de nosotros. Todas las cuestiones de la existencia se han de resolver en el interior de cada cual, en nosotros mismos. Este no es el caso ya que siempre lo hacemos al revés, siempre intentamos solucionar los problemas fuera olvidando los de dentro.

Lo externo es el reflejo de lo interno, nuestra manera de vivir es el espejo de lo que llevamos dentro, de lo que somos en realidad. Podremos disimularlo con palabras rebuscadas, con llamamientos a la seguridad colectiva y a la necesidad, pero lo que acontece cada día, en cada instante, es el resultado de lo que nosotros provocamos, de lo que nosotros hacemos que sea. Nos disgusta muchísimo que nos digan la verdad de lo que es -la realidad-, no nos agrada mirarnos desnudos tal cual somos. Esto es una señal de que tenemos miedo, de que no somos totales e íntegros. El miedo es violencia, ya que nuestra sociedad también lo es de diversas maneras. Y la sociedad está compuesta por todos y cada uno de los individuos, por tanto, somos violentos, somos corruptos, somos crueles al tolerar y aceptar el asesinato en masa de personas por medio de las carnicerías de las guerras.

Los gobiernos soberanos hablan de paz, los dirigentes y salvadores, con los líderes y gurús, también la mencionan repetidamente sin saber en realidad lo qué significa. La paz es algo muy serio; y a la vez también peligrosa, pues si uno, la quiere de verdad, puede que ponga en juego su visa. La existencia por la paz puede ser algo muy difícil o algo muy sencillo. Por la paz hemos de descartar todos los obstáculos que se anteponen a ella, esto puede que sea demasiado para la mayoría. Pero no hay opción, si queremos vivir fuera de la violencia y la crueldad de las guerras. Hay muchos motivos que nunca se acaban para ser como siempre: violento y pronto a enfrentarnos; y también nunca se acaban los motivos para vivir en paz.

Somos el resultado de lo que fueron nuestros antepasados, ellos vivieron algo grandioso -que es lo que la vida es- sin saber comprenderlo. Nosotros ahora, tenemos la oportunidad de que esta grandiosa cosa que es la vida quede al descubierto para que podamos mirarla sin ningún temor, con el tiempo necesario para poder mirar en todas direcciones. Y ver si podemos de una vez para siempre desenredar todo este entramado donde se asientan nuestras existencias. Esperar a que alguien nos resuelva los problemas, es proseguir por el mismo surco que la mente está habituada desde siempre a operar. La rutina y la repetición destruyen la sensibilidad, nos hacen que la mente se embote y que actúe toscamente. Cuando nos hacemos seguidores de alguien estamos perdiendo la oportunidad de deshacernos de la ignorancia y de la confusión. Para ver toda la manera con que funciona la mente, uno tiene que ser nuevo y no repetitivo, esto quiere decir no tener nada en que apoyarse.

Tenemos tantas cosas en la cabeza, tenemos tanta información, nos han querido moldear y lo han conseguido. Quieren que seamos manejables y obedientes, que sigamos por el mismo camino por donde han pasado y están pasando tantos y tantos hombres cargados con sus sufrimientos, su ansiedad, sus temores, para que así todo siga de la misma manera de siempre. Pero el dolor es algo que nos molesta y nos desagrada, y no queremos tolerarlo ni soportarlo, por eso queremos acabar definitivamente con él. Todo dolor nos afecta y altera: el de las plantas, el de los animales, el de los hombres, el personal y el ajeno; pues todos formamos una unidad individual y total; por eso, acabar con un dolor definitivamente es acabar con todos a la vez. Porque el fin de los padecimientos es ver de qué manera funciona nuestra mente, comprenderla de una manera completa.

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                                                                                     Vivir sin violencia

Cuando observamos todo lo que está ocurriendo en todas partes: la desintegración de todos los valores -por superficiales que sean-, el hacinamiento en los grandes núcleos urbanos de hombres despersonalizados, la profusión de todos los escapes de la realidad -placeres, droga, sexo-, la violencia como modo inmediato para solucionar los conflictos, etcétera. Nos preguntamos: ¿Es posible que el hombre pueda cambiar su actual curso que le lleva a la autodestrucción? ¿Es posible desentrañar por qué somos tan violentos y si ésta puede cesar? Algo que demuestra que hay una profunda crisis de valores es el aumento de los integrismos: todas las religiones están buscando en su raíz la solución a los males que nos apremian; y además la pérdida de todo el valor que querían darle a las llamadas democracias, ya que estas no sirven para dar solución a los grandes problemas que lleva consigo la vida.

La existencia de cada hombre se debate entre vivir de una manera mecánica y falsa, y percibir que algo no funciona bien pero que uno solo no puede hacer nada al respecto; y entre el darse cuenta que es preciso desprenderse de toda esta locura en que vivimos, para que surja algo nuevo que nada tenga que ver con el desorden y el conflicto, con el dolor y el sufrimiento. La vida es asombrosamente desconcertante, a simple vista, y a cada uno le depara un destino; y el nuestro es intentar, haciendo el menos daño posible, dar solución a este gran reto que es la existencia. En esto están implícitas todas las cuestiones que más nos perturban: la muerte, el amor, la felicidad y el dolor; todas estas cuestiones están relacionadas entre sí y solucionar una, es dar solución también a todas las demás.

Una de las consecuencias del enfoque negativo de la vida, es la violencia; ya que esta actúa como algo que constriñe y a la vez también como algo explosivo. Pero a nosotros lo que nos interesa es si es posible que la violencia puede tocar a su fin; si la violencia, con toda la confusión que provoca puede desaparecer; e inquirir si esto es algo fantástico, un sueño, o es algo posible digno de ser investigado. Las conclusiones son un obstáculo que debemos aparatar, si queremos que la observación de todo este complejo problema de la violencia sea auténtica y clara. Una conclusión es falta de profundidad, de madurez, es ilusión e ignorancia, es pretender detener el imparable curso de la vida. Desafortunadamente las conclusiones son el soporte de los que rigen el mundo, por eso el caos, la extremada pobreza y miseria, la brutalidad del poder, están por todas partes.

Hay muchas personas que se han empeñado y se empeñan, en demostrar que se puede vivir sin violencia alguna. Desean llevar una vida no-violenta, una vida sin agresiones y sin guerras. Desean con ello ser felices y llegar a la paz. Uno se pregunta: ¿Es la violencia lo mismo que la existencia? ¿Es la violencia algo diferente de nosotros y por tanto de la vida? ¿O ella es parte integrante del mecanismo de la vida, del cosmos? ¿Hay alguna violencia negativa y otra positiva, o todas son negativas y por tanto rechazables? La violencia conforme la conocemos es precisa que exista, porque ella misma es la vida, es la existencia de todos los hombres. Aunque no queramos matar animales para comer, tendremos que ser violentos con los tomates y las patatas, o serlo también con ciertos animales que nos proporcionan alimentos: los que nos dan huevos, leche o miel.

Algunos científicos dicen que debajo de nuestros pies -al caminar- hay alrededor de cincuenta mil bacterias. ¿Qué diríamos de lo que destruimos en un paseo por el campo -aun intentando ser cuidadosos y respetuosos con todo-? Todo lo expuesto no quiere decir que se nos han abierto las puertas para que seamos todo lo violentos que nos venga en gana. La violencia es dolor, como la vida misma, por tanto, lo debemos evitar lo más posible. Entonces el problema, la cuestión de la violencia queda en el ámbito del pensamiento, del nombrarla, del quedarse estancado y atrapado por ella. Cuando la reconocemos es cuando surge; y el reconocimiento es la manera con que opera el pensamiento.

Después de haber llegado hasta aquí hemos de decir que nuestro comportamiento es fundamental a la hora de solucionar el problema de la violencia; un enfoque violento de cualquier cuestión desarrollará posteriormente circunstancias para que se incremente aún más; y de esta manera daremos más importancia al pensamiento con sus desacertadas acciones. Todos los problemas tienen su nacimiento y su fin en nosotros; por tanto, el último escollo al que hay que rechazar el pensamiento. Comprendiéndolo nos podremos deshacer fácilmente de toda su torpe manera de actuar. ¿Qué es pues el pensamiento, cuál es su origen? ¿Nos es de alguna utilidad, cuál es su función? ¿Podemos deshacernos del pensamiento sin ningún esfuerzo, es decir sin provocar ningún conflicto ni desorden en nosotros?

Primero que nada, el pensamiento si que es de utilidad en asuntos como recordar el nombre de la calle donde vivimos, cómo nos llamamos, cuál es nuestro trabajo, etcétera. Pero en lo concerniente a todo lo demás: en la relación, en la investigación de cualquier asunto, en el advenimiento de lo nuevo y lo no conocido, es un obstáculo. El pensamiento es el producto de la conciencia; y ésta es toda ella producto del pasado, de lo conocido. Cuando tenemos una experiencia el pensamiento la coteja, la analiza, la contrasta con lo que ya conoce y es entonces cuando nos divide de lo que observamos, que es lo que estamos experimentando. El pensamiento es el mayor almacén de opiniones, de recuerdos, de conclusiones, que siempre se anteponen a lo nuevo. Para que cese el conflicto, y con él toda la desdicha de la violencia y del sufrimiento, hemos de fusionarnos con lo que observamos, hemos de ser indivisos, y esto no lo lograremos si no nos deshacemos del pensamiento.

Para que podamos aquietar el pensamiento, necesitamos mucha energía y ésta se consigue teniendo una gran pasión por toda la vida. En el momento en que uno está ardiendo por todo lo que le rodea, en el momento en que uno tiene una profunda atención por lo que está observando, en el momento en que el observador y lo observado son una misma cosa, en ese preciso instante el pensamiento ya no tiene cabida, es entonces cuando se aquieta y ya no es un estorbo. No es que lo hayamos destruido, sino que ha ocupado su verdadero lugar, ha recuperado su verdadera función. Cuando tenemos esa cualidad en la mente, no hay ya ningún problema por resolver; esa cualidad operará en nuestras vidas y hará que surja todo un manantial de gozo, que es el sentimiento de amor por todo.

                                                                                                     7

                                                                                          La dependencia

Si fuésemos sinceros y asumiésemos todo lo que descubriéramos, sin apartar la vista ni cerrar los ojos a la realidad, nos daríamos cuenta de cuán falsa y errónea es nuestra existencia, de que insensible es nuestro comportamiento diario. Nos dedicamos simplemente a nuestra propia seguridad y todo lo que hagamos ha de pasar forzosamente por ella. Aunque cuando más seguros creemos estar, es cuando más inseguros estamos. La búsqueda de seguridad es algo que es imposible, pues la mayor seguridad es estar inseguro, desnudo frente a la vida y sus problemas en constante movimiento. Es entonces, cuando no deseamos nada, que la seguridad está ahí sin que nosotros la percibamos. Buscar la seguridad, es egoísmo con todas sus desafortunadas consecuencias.

El pensamiento lo que más necesita es seguridad para poder proseguir, para poder ser; el pensamiento se encargará de engañar, de sostener su falsedad a toda costa. Su actitud es como la de un tirano; y, ¡qué poco nos gusta vérnoslas con ellos! Es imprescindible, al menos, saber que existen para hacer algo al respecto, por eso los hemos de mirar cara a cara para deshacernos de ellos. Una de las características que más le gusta al pensamiento, es el inventar; siempre está inventando toda clase de teorías, de ideas, de planes, de historias; uno de esos inventos, es el ego, el “yo”, del que tanto se ha escrito. Este ego, el “yo”, surge como la posibilidad de afirmación y por supuesto de permanencia. Este “yo”, como resultado que es del pensamiento, también necesita toda clase de inventos para poder pervivir.

¿Qué es nuestra vida cotidiana, nuestros trucos para poder sacar dinero abundante, nuestros proyectos e ideales, sino inventos para que nos distraigan de lo que es, de la realidad? Y es entonces, cuando surgen las religiones organizadas, los nacionalismos, los partidos políticos, las teorías, la sensualidad y todos los placeres; para estar ocupados y proseguir con lo conocido, que es el pasado con toda su repetitiva actitud caótica, que es lo que quiere el pensamiento, que es lo que necesita para poder proseguir. El pensamiento no puede ir más allá de lo que él es: la manera de vivir con todo su dolor y su sufrimiento, que es la herencia del pasado formando la esencia y su trasfondo.

Las religiones organizadas, con todos sus dioses, son uno de los inventos del pensamiento; con sus rituales, sus supersticiones y creencias, actúan a manera de narcótico para no encararse con la realidad de los problemas, con el vacío, con la verdad de lo que es. La mente si no está en contacto directo con lo que observa, se hace insensible y divisiva. Por eso, todo lo que nos brinda una huida de la realidad, es negativo y provocador de más confusión, de más caos, de más sufrimiento. Las religiones organizadas, bajo la coartada de la salvación del hombre, usan esa huida del vacío y lo explotan como un negocio cualquiera. De ahí todos los rituales, todos los controles -de nacimiento, de iniciación, de casamiento, de defunción, de acción, etc.-, de ahí todas las sanciones y las bulas, de ahí toda la pompa para impresionar a las personas.

Así todo el aparato que sostiene a las religiones organizadas, se convierte en lo importante, en el principal asunto, dejando de lado a su único motivo que es el hombre. Ellas hablan de paz, pero bendicen las mortíferas armas de guerra, toleran que sus seguidores marchen a matar o a que los maten en los campos de batalla de cualquier parte del mundo. Dicen que trabajan para la paz entre   los hombres, pero ellas se dejan sobornar y manejar por los dirigentes y los poderosos del mundo. Si quisieran la paz de verdad, ante la conmovedora imagen de un delicado y tierno niño temblando de pánico, por el sufrimiento y el horror de las bombas que le están destrozando su cuerpo y el lugar donde vive, no dudarían de excomulgar a cuantos participen en estos actos inhumanos y descartarían definitivamente sus lazos con los que provocan las guerras con sus actitudes económicas, políticas, nacionalistas o de venganza.

Por eso es que las religiones organizadas se han convertido en una dependencia, exactamente igual que el que depende del alcohol o de cualquier otra droga. Tanto daño hace a la sociedad un drogadicto, como el que está obsesionado por la religión organizada. Tanto el uno como el otro, van en busca de su seguridad, por tanto, el deseo se ha apoderado de ellos desencadenando ansiedad, fanatismo, falta de respeto con los que no comparten sus mismos criterios, por lo que hace surgir la división entre los hombres. Sin deshacernos de lo que nos divide, no viviremos en paz; podremos invocarla, podremos falsear la realidad -que es lo que se ha hecho siempre y hacemos ahora- diciendo que ya la hemos conseguido, podremos hablar interminablemente sobre ella, pero la paz no estará en nosotros.

Los hombres dependemos de tantas cosas que hemos perdido toda la sensibilidad para poder observar todo lo que está ocurriendo. Dependemos del dinero, dependemos del empleo, dependemos del marido, del clan y de la familia, dependemos de todas las comodidades a que nos hemos acostumbrado; dependemos de los guías, de los gurús, de los maestros y salvadores; toda nuestra existencia está determinada por la dependencia. Claro está que uno también depende del abogado, del albañil, del médico, del carpintero, del mecánico, del panadero; pero está dependencia no tiene nada que ver con la que nos arrastra hasta el abismo de la insensibilidad hacia todo lo que nos rodea. Depender del agua es algo saludable y necesario para poder sobrevivir; depender de un cuadro, de una imagen de piedra o madera, de una teoría e idea, es falsear la realidad y la verdad.

Un comportamiento sano, sencillo y saludable, hará que surja también una mente cuerda y lúcida, una mente que sea capaz de percibir todo lo que concierne a la vida, que sea capaz de descartar todo el dolor que la vida nos genera. Es necesario que comprendamos todo el proceso del dolor, como nace, crece y perece, para que así podamos deshacernos de él. Y entonces, ya no tendremos ningún problema que no nos deje participar de la belleza que todo lo envuelve. Para que así no tengamos nada que nos divida ni fragmente de lo que tenemos delante, del ahora, de la realidad. Si es que queremos vivir, no como robots, insensible y fríos, hemos de ser serios y profundos con todo lo que tenemos entre manos, con toda nuestra existencia.

La lucha y el esfuerzo no nos sirven, pues nos dejan en el mismo sitio que siempre hemos estado: en el desorden y la confusión.

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                                                                                  La verdad es libertad

Cuantos problemas no existirían si desde la más temprana edad, cuando todavía somos inmaculados, nos iniciaran en la verdad. ¿Qué es la verdad? ¿Qué es eso a lo que tanto tememos y tanto eludimos? ¿Hay una verdad única o varias verdades? ¿Es la verdad producto de un plan preestablecido y elaborado de antemano? Desde la más tierna infancia, nos enseñan y educan para que aceptemos todo lo establecido, para que no cuestionemos, para que sigamos con esta lucha y la torpe manera de vivir. Toda la estructura de la sociedad, ya sea la oriental como la occidental, se basa en la autoridad., en la obediencia a unos planes emanados por sus dirigentes; los cuales son la cúspide de la pirámide que ellos mismos han construido.

¿Puede un plan, por bien elaborado que parezca, no provocar ninguna clase de confusión? ¿O es que cualquier teoría e idea, cualquier plan por beneficioso que parezca, tiene que llevar implícitamente la semilla de la confusión y el caos? Cualquier argumento, cualquier cosa que sea producto del pensamiento, estará dentro del ámbito de la esencia de éste y por tanto generará división y desorden. El pensamiento al ser una parte del todo no puede abarcarle y por tanto la respuesta que dé a cualquier reto, ha de ser inadecuada. Con una mente finita, no podemos encararnos con lo infinito, no podemos llegar a lo inabarcable y a lo total. Esto es lo primero que nos deberían de enseñar en las escuelas, en la familia: encarar la vida y todos sus problemas, sus retos, desde el vacío que pueda ser el discernimiento.

Nuestra educación consiste en la acumulación de datos, de opiniones, de teorías e ideas; y con todo este lastre tan pesado, no podemos avanzar ni llegar a lo nuevo. No estamos abogando ni sugiriendo que seamos una pared en blanco, lo que decimos es que todo lo que se nos ha enseñado, todo lo que se nos ha indicado, no debe de ser un obstáculo que se anteponga entre nosotros y el reto. Cualquiera que sea el problema, si lo abordamos con prejuicios, con ideas preconcebidas, con opiniones heredadas y transmitidas por nuestros antepasados, el resultado será el engrandecimiento del problema. La libertad es no tener ninguna idea ni teoría que pueda alterar la visión de la verdad. Sin ser libres con respecto a todo lo que tenemos -los amigos, los objetos, los parientes, las opiniones personales-, qué podemos hacer que sea verdaderamente interesante.

Ser libre puede que tenga un coste que nos parezca elevado; pero si queremos serlo lo hemos de pagar. Y si no somos libres, qué sentido tiene la existencia que nos aplasta y nos va agotando poco a poco. ¿Qué sentido tiene vivir si somos incapaces de ser felices, gozando de la belleza que tienen los árboles, los rostros de las personas? Si no somos libres, la amargura roerá toda nuestra existencia y será la insensibilidad nuestra forma de vivir. Ser libre es poder mirar en todas direcciones, tener todo el tiempo para ello. Ser libre, es hacer que el milagro de la atemporalidad, en el que el ayer el hoy y el mañana no tienen ningún significado, sea posible. Poco nos gusta ser libres; y una prueba de ello, es la manera como vivimos: somos el resultado de las influencias, de la propaganda, somos el resultado de lo que nos han dicho, somos hombres de segunda mano.

Soportamos tantas situaciones desagradables, tantos momentos de desdicha, soportamos todo el monstruoso ruido a que nos hemos acostumbrado. Los hijos, la esposa y los problemas del hogar forman una barahúnda insoportable. Y, ¿por qué no lo dejamos todo y salimos de una vez de esta agonía? No lo hacemos porque tenemos miedo al qué dirán de nosotros, porque nos creemos importantes e insustituibles. Y seguiremos volviéndonos más y más amargados, aumentando la confusión que hay en el mundo. La sociedad, para que se deshaga la confusión en la que está inmersa, necesita de personas lúcidas con unas mentes sanas y ágiles, que no sean emotivas ni sentimentales ni románticas, Sólo así nuestra existencia tendrá sentido y valdrá la pena el ser vivida.

No nos preocupemos por los resultados, pues la conducta recta traerá rectos resultados. La pasión es necesaria para poder ser sensible a todo lo que nos hace feos, a todo el monstruoso dolor que provocamos con nuestro egoísmo. Somos avariciosos, somos altamente crueles y destructivos para conseguir los interminables caprichos. Queremos casas, queremos largos y costosos viajes, queremos toda clase de instalaciones para la distracción y el espectáculo, queremos el chalet, el último modelo de coche; destruimos comida, los muebles, la ropa, el agua; somos como una vorágine que todo lo engulle. Y con esta manera de enfocar nuestras vidas, ¿cómo puede haber paz? ¿Qué sentido tiene invocar un mundo de paz, fundar instituciones para hablar interminablemente sobre ella, si somos como fieras que vamos vestidas, lavadas y aseadas?

Esta manera de encarar nuestras vidas tan mezquina, tan avariciosa y tan egoísta, que empobrece y condena a la miseria más degradante a tantas personas, no puede sino hacer venir otra espantosa guerra, mucho más devastadora y cruel -como siempre sucede, por las nuevas armas inventadas cada vez más mortíferas y destructivas- que las que la precedieron. No nos engañemos si queremos a nuestros hijos, si queremos que nuestros vecinos, si queremos que nuestras vidas, no se destruyan en la guerra, hemos de cambiar toda la estructura de nuestra psique. El llamado mundo occidental, con su manera de vivir, tan espantosamente voraz e insensible, está manejando, para conseguir satisfacer todos sus apetitos neuróticos, a todo el resto del mundo, al llamado oriente empobrecido y no tan desarrollado. Para que haya paz, ha de haber amor.  Y el amor es respeto, es atención, es desprendimiento de lo que uno tiene de sobra, para que el que no tiene nada deje de sufrir el tormento, que le hace sentir su desgraciada carencia, que es la espantosa pobreza.

No nos espantemos por dar lo que nos sobra, cuánto más demos más felices viviremos. Y cuando no tengamos nada para dar, será cuando habremos encendido la llama de la paz. Entonces seremos como la flor que florece, sin motivo, sin esfuerzo, sin deseo. Cuando sentimos la belleza en todas partes, no exigimos explicaciones, ni buscamos algo determinado profundamente, ni anhelamos situaciones diferentes, todo llega y todo se va. Es así como llega la alegría de la paz. Es así, sabiendo que uno no tiene nada que ver con el sufrimiento del hambriento, ni del niño herido por las bombas destructivas, como llega también la paz.

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                                                                        Lo que somos ahora es lo que importa

Cuando vemos lo que está pasando por todo el mundo, cuando vemos el desajuste económico, cuando vemos las divisiones de castas y de los nacionalismos, las fronteras y las divisiones religiosas, el antagonismo de los ideales, toda la estupidez de las ideologías; nos preguntamos, a qué es debido. ¿Por qué tanto caos y desorden? ¿Es esto una fatalidad, algo ineludible, o puede tener un final? ¿Podemos nosotros encontrar una solución a todos los problemas, o necesitamos de algún salvador, algún guía? ¿Puede alguien, por erudito y versado que sea, ser el depositario de la verdad? 

¿Puede alguien que dirija, tener amor, ser incapaz de hacer daño? ¿Podemos con una idea en la cabeza, por muy beneficiosa que parezca, hacer algo verdaderamente por alguien?

Esperamos que la solución a los problemas nos venga de fuera, mientras tanto nos dedicamos a distraernos, nos dedicamos a vivir placenteramente sin consentir que nadie ni nada nos altere el pequeño y falso paraíso. Sin darnos cuenta que el único que puede solucionar los problemas, es uno mismo, es cada cual, en su íntima visión de cada situación, de cada reto. Nadie nos puede guiar hasta la profundidad de nuestro ser, hasta los abismos que no se ven en la vida superficial; y es porque nosotros no queremos que se nos perturbe en nuestras distracciones y placeres, porque esperamos la solución de fuera. No nos gusta mirarnos en verdad como somos, preferimos que nuestras existencias se desarrollen en la vulgaridad, en la banalidad, en actitudes rutinarias.

Nos alteramos y perturbamos cuando una crisis provoca un estallido que conmueve todo lo establecido. Apartamos la vista de las miserias, de las matanzas, de todo el horror que el hombre es, de toda la destrucción que provocamos; y nos refugiamos en el deporte, viendo cine y videos, en los viajes de placer, o en nuestro pequeño refugio particular. Pero si es que queremos en verdad solucionar lo que somos, hemos de mirar todo lo que es la violencia, hacia donde nos lleva; hemos de mirarla hasta que sea tanto la repugnancia, que lleguemos a verla tal y como es, hasta que sintamos toda la fuerza que da la visión de todo el horror que la violencia es. Cuando vemos que la violencia es la consecuencia de más violencia, del desgarrador dolor a sus más altas cotas, tal vez, entonces podremos percibir que ella es el resultado de una manera de vivir donde la codicia y la ambición, donde la corrupción y la brutalidad egoísta, es lo que la sustenta.

Lo que somos ahora, es lo que determinará nuestro futuro, nuestros hijos, nuestro mundo, nuestras relaciones cotidianas. No esperemos milagros de los salvadores, de los maestros, de los gurús, de los guías, somos nosotros quienes lo hemos de hacer posible con nuestra actitud, con nuestro comportamiento. El odio es muy contagioso, es un impedimento para que la violencia llegue a su fin. El odio es el resultado de la falta de respeto que se merece todo ser humano, es el resultado de la opresión de unos contra otros, es el resultado del miedo y la ilusión, de la falta de comprensión de lo que es la vida.

Los políticos y los dirigentes hacen planes a largo plazo para intentar solucionar los problemas que tenemos, pero no cuentan con las personas anónimas que van a afectar, no se dan cuenta que el verdadero problema que existe es el ahora. Ellos sacrifican el presente por el futuro, el ahora por el mañana, una persona por otra; el resultado es más desorden, más confusión, más caos. Esta actitud tan irrespetuosa provoca división y antagonismo, al intentar dar solución al problema de una manera fragmentaria. Lo total comprende a los fragmentos, los une. Pero un fragmento aislado, no puede abarcar la totalidad. Lo total es indivisible: no le afecta el tiempo como el ayer el hoy y el mañana, no le afectan los valores como el más y el menos, no le afecta la dicotomía de lo feo y lo bonito.

Nuestras ideas y teorías han desembocado en ideologías que han condicionado de tal manera nuestras mentes que, el mundo que era una totalidad, se ha convertido en partes cerradas sobre si mismas. Esto ha sido así, porque anteriormente el hombre que formaba una unidad con todos y con todo, se había dividido encerrándose en si mismo. La división rompe la armonía, destroza la verdadera seguridad, hace aparecer el miedo y con él el deseo. Este es nuestro principal problema: volver a la unidad, a la armonía, a la totalidad. Aquí es donde está atascada toda la humanidad. Las religiones organizadas tienen un plan, los políticos también tienen el suyo, los salvadores y los maestros tienen otro, los científicos y especialistas están dándonos también toda clase de planes.

Ahora bien, el resultado del plan es lo que nos interesa, nos interesa que sea correcto, que no contenga falsedad; y para eso, hemos de averiguar cuáles han sido los medios. Si los medios han sido rectos, los resultados también lo serán. Conocemos todos los planes y el resultado de ellos, por tanto, los descartamos y nos deshacemos de ellos. Ya que todo plan, por completo y bien diseñado que parezca, es producto del pensamiento. El pensamiento es el producto del tiempo, que es el que proyecta el “yo seré esto”, el mañana mejor que el presente, el pasado cotejando y comparando lo actual. Así el pensamiento, desencadena el deseo. Deseo de lo mejor, deseo de llegar a ser, deseo de permanencia, deseo de destrucción. Mientras el pensamiento esté en acción, seremos inarmónicos y divididos, causantes de confusión y sufrimiento.

Una mente no divisiva es lo que necesitamos para afrontar cualquier reto que se nos presente, para afrontar la vida diaria con todas sus alegrías y sus tristezas, para que la relación en el trabajo y en el hogar sea posible, para que podemos ver un árbol cualquiera algo sagrado. ¿Es posible tener una mente así ahora mismo; no luego ni mañana ni cualquier otro día? Si dice que no, ya se ha bloqueado y por tanto no puede avanzar; si dice que sí sin prestar atención a lo que en realidad es la pregunta, tampoco podrá avanzar para deshacerse de lo que le impide el ser indiviso y total. ¿Podemos ser lo observado? ¿Puede el observador borrar el espacio, que hay entre él y lo que observa? ¿Qué es la atención profunda? ¿Qué es el amor?

La compasión es amor por toda la vida, es captarla y vivirla, es ver en ella un relámpago continuado que forma parte de la luz eterna.

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                                                                                   Nosotros somos el problema

Mientras no dejemos de lado todo lo que tenemos, todo lo que somos, mientras no veamos la rutina en que vivimos, no podremos ser sensibles para poder observar con toda claridad lo que es la realidad. Si queremos que todo el dolor que invade toda la tierra, que corrompe el comportamiento de los hombres, desaparezca y nos deje libres para vivir con armonía y en una verdadera relación, hemos de ser sensibles a todo cuanto acontece. Hemos de percibir nuestra manera de hablar, la manera como caminamos, como vestimos, como es nuestra relación con los demás; hemos de percibir cada movimiento de la mente, cada ola, como nace y desaparece -seguirla hasta el final nos fortalecerá la mente-.

Estamos demasiado apegados a la familia, a nuestro clan particular, a las propiedades, a nuestro estilo de vida, a nuestras opiniones que conforman nuestras ideas y prejuicios, y así nuestra percepción es muy reducida. El excesivo trabajo, el hablar sin sentido, el estar rodeado de excesivos ruidos, también nos hacen disminuir la percepción. ¿Pero qué es en realidad la percepción? ¿Es de alguna utilidad, o es otro juego del pensamiento? La percepción es darse cuenta de todo cuanto nos rodea, es ser sensible al hombre solitario, deseoso de cariño y de calor; es ser sensible a todos los hombres que mueren de hambre, a todos los hombres que también mueren violentamente a cada instante por toda la tierra; es ser sensible al insecto posado en algún lugar de la casa, a las nubes y a los pájaros.

Si la percepción es, ya no podremos estar quietos, ya nada será como antes, todo cambiará a nuestro alrededor. Porque, así como antes éramos como robots incapaces de vibrar ante lo negativo y provocador de sufrimiento, ahora vemos que todo está palpitante de vida. Ahora vemos lo que lleva consigo la ansiedad, el deseo brutal, la violencia; lo que lleva consigo la represión, la obediencia y el acatamiento. Hemos de cuestionar sin ningún temor todo cuanto es, todo lo que se nos dice, todo lo que se nos ha dicho; hemos de empezar de cero, si es queremos dejar sitio a la sensibilidad. Hemos de ir paso a paso, sin ninguna prisa, como dos amigos que van mirando sin exigirse nada el uno al otro, con todo el tiempo necesario para poder observar todo lo que les rodea.

Hemos de dejar que todo se manifieste para poder observarlo en toda su plenitud, para poder en un instante captar todo su significado, todo su contenido que lo envuelve. El verdadero enfoque de un problema está en la observación total del mismo, en la capacidad de unión con él, hemos de ser el mismo problema para poder comprenderlo; si lo logramos, toda la dificultad que presentaba desaparecerá y nos comunicará su secreto. Eso quiere decir que, sin la profunda atención, que surge del vaciamiento de todo lo que se acumula en el interior de nosotros, la vida tiene muy poco sentido, poco significado.

Hay quienes piensan que todo esto está muy bien para exponerlo en los libros, o para hablar de ello en un lugar apropiado, pero que es demasiado sencillo y a la vez perturbador para aplicarlo a la vida cotidiana de los hombres; aunque en lo más íntimo de ellos saben que hay algo de verdadero en ello, y que su manera de ver las cosas ya nunca será como antes. Seguirán por el mismo camino, pero todo lo verán desde otro punto de vista diferente. La verdad tiene su acción independientemente de lo que diga el pensamiento y todos sus inventos. El pensamiento inventará nuevos proyectos, nuevos planes, para proseguir con lo viejo y conocido, con la repetición de lo que tanto le satisface, de lo que tanta seguridad le proporciona.

Pero en el instante en que aparezca la percepción directa, que es el discernimiento de la verdad, el pensamiento se repliega y se aquieta, no siendo ya un obstáculo para la percepción de la realidad, para la percepción de lo que es. Cuando llega ese instante la mente es altamente sensible y capaz de ver la belleza incomparable de todo lo que es la vida. Al estar quieta y tranquila, sin ninguna compulsión que la empuje y sin ninguna dependencia que la retenga, ella puede entregarse a lo que le rodea, puede hacer posible la fusión con la totalidad, con lo absoluto, la unión con el universo. Todo será motivo de gozo, tanto el insecto que parece molesto, como el fruto jugoso que podemos degustar; tanto la suave primavera, como el acogedor otoño.

La belleza no está en la flor ni en el mar, ni tampoco en la montaña; ella es algo que surge de nuestro corazón; es algo independiente de lo externo, ya que nace en el interior de cada persona. Por muy encantadora que se una montaña, con su valle y sus pendientes rocosas, con su color amarronado y verde, con su paz y su sosiego, si el que la observa no tiene esa cualidad necesaria de unión y atemporalidad, del estar más allá del tiempo, no percibirá nada de extraordinario y digno de ser contemplado. Ser sensible es participar de todo lo que nos rodea, es vibrar con toda la realidad, es tener una mente explosiva que destruye toda la conexión con el pasado y como consecuencia también con el futuro.  El pasado y el futuro son una misma cosa que une el presente. Lo que fuimos lo corroboramos en el presente -que es nuestra manera de vivir-; y éste presente es el que determina el futuro venidero. Por tanto, el pasado, el presente y el futuro son una misma cosa indivisible, que el pensamiento ha dividido para dar lugar a la ilusión.

La ilusión es algo muy peligroso para la existencia, para la armonía y la paz de la tierra. La ilusión es el creerse diferente de los demás, es el creerse separado de los animales y de la naturaleza. La ilusión ha inventado: el “yo”, el “mi”; y ha inventado las naciones, ha hecho posibles palabras como tan desafortunadas como forastero y extranjero, como africano, europeo, americano, asiático, como negros y blancos; la ilusión también ha inventado las fronteras divisivas e inhumanas, las castas y los clanes tribales. De ahí el estado de confusión y caos en que nos encontramos; de ahí el que siempre haya guerras. Pero cuando somos afortunados y la sensibilidad fluye, como en un manantial, todo cambia a su estado auténtico, a su orden que está más allá de todo lo que podemos inventar e imaginar.

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                                                                           ¿Qué es lo que queremos?

Si es que somos serios y sinceros de verdad, hemos de conocernos, hemos de ver cuáles son los impulsos que permanecen ocultos muy dentro de nosotros, hemos de descubrir si lo que perseguimos es algo posible y favorable. Somos un sin de deseos contrapuestos, cada uno de ellos tirando por su cuenta, cada uno intentando sobreponerse a otro. Y esto es así porque estamos desorientados y confundidos, viviendo en un mar de desdicha y desencanto, que no podemos apartar a causa de nuestra ignorancia e ilusión. Desde hace mucho tiempo, hemos intentado producir algo que fuera la solución de todos los problemas y que al fin viviésemos felices y en paz. Esto no ha sido posible -a pesar de que llevamos intentándolo desde hace varios miles y miles de años-, a pesar de los altos costes en los intentos.

¿Queremos libertad? ¿Queremos orden? ¿Queremos ser compasivos y que todos vivamos bien? ¿Queremos que desaparezcan las miserias, la pobreza, el hambre? ¿Queremos vivir sin brutalidades, sin situaciones espeluznantes? ¿No queremos la violencia que engendra el horror de la guerra? Seguro que cualquier persona medianamente sensible parecería tener claro qué es lo que quiere ante estas preguntas. Aunque su comportamiento diario seguiría provocando todo lo que parece detestable y rechazable. Así es como vivimos en la confusión creyendo que actuamos correctamente; y viendo por los resultados que se nos presentan, que el caos y la desdicha no desaparecen. Decir algo y hacer lo contrario, es algo que deteriora, nos neurotiza, nos lleva al abismo de la insensibilidad.

¿Sabemos lo que implican las palabras orden, libertad, compasión? Si miramos sus significados en el diccionario tenderemos una imagen intelectual de cada una de ellas; pero esto no quiere decir que hayamos llegado a vivenciarlas, a verlas de una manera factual, lo que son en su esencia. Las palabras por bien elaboradas que sean, por enfáticas que sean, no son la realidad, ni representan lo que es la verdad. Si queremos algo, hemos de convertirnos en ese algo; no podemos decir que queremos algo sin conseguirlo; eso quiere decir que, en verdad, en lo más profundo de nosotros hay algo que no nos deja ser lo que queremos; y en última instancia, no queremos llegar a esa cosa. Eso que impide el que podamos convertirnos en lo que queremos, ese obstáculo que parece inamovible, es lo que tenemos que sortear si es que hemos de vivir con sinceridad, con seriedad.

El pensamiento es el impedimento que, asumiendo diversas formas y maneras, no nos deja llegar a donde debemos llegar. Ha dividido a la mente en inconsciente y consciente, ha hecho posible el “tú”, el “yo”, el “nosotros”, el “ellos”; cuando en realidad la mente es algo total e indivisa. Es por la falta de una profunda atención, porque nuestra percepción no es total, que decimos que hay algo oculto en nuestras mentes. ¿Una parte de nosotros desea el cambio, o es la totalidad de mi ser el que lo quiere? Si es una parte, eso quiere decir que está operando el pensamiento, por tanto, seguimos dentro del ámbito de sus inventos que son todos confusos y caóticos; si es una decisión total, entonces lo que surja de esa decisión de cambio, no tendrá residuos neuróticos ni divisivos.

Lo total es lo sagrado, lo que decimos como meditación, capaz de resolver todos los problemas porque han desaparecido. En la ilusión, se encuentra uno deprimido, molesto, disgustado; pero cuando desaparece, todo es motivo de gozo y alegría. La meditación es todo el proceso de la búsqueda de lo verdadero, o la visión de todo lo que es falso e ilusorio. La meditación no es un sistema para practicarlo en un determinado lugar, durante un periodo de tiempo para lograr unos resultados. Ya que en todo sistema está implicado el tiempo y el deseo. El tiempo, como llegar a ser; el deseo, por conocer de antemano los resultados e ir detrás de ellos. La meditación, no es algo que se pueda buscar; ella es la cesación de toda búsqueda, no porque se haya perdido la sensibilidad sino porque se ha visto la falsedad del deseo y su incesante inquietud.

¿Es diferente el buscador de lo que uno busca? Ciertamente que no lo son, pues es la ilusión la que crea la visión entre el buscador y lo buscado. Si buscamos algo es porque tenemos una imagen, algunos datos, de eso que buscamos; entonces lo que encontraremos será lo que tenemos en el depósito de la conciencia, que es el pasado, que es lo conocido. Cuando vemos la falsedad de toda búsqueda, es cuando ésta cesa inmediatamente, sin ninguna compulsión, sin ningún esfuerzo, sin ningún requerimiento. Lo nuevo, no tiene nada que ver con lo viejo y conocido, con el pasado, con lo repetitivo. Pero lo nuevo, que es virtud, lo encontramos perturbador e incómodo. La verdadera manera de vivir, es abrirse a lo nuevo. Cerrarse a lo nuevo, es cerrar la puerta a la vida.

Como somos tan esnobs caemos en la superficialidad, en lo externo, en lo decorativo y folclórico; nunca vamos más allá de lo sensual y placentero, que es con lo que más fácil nos identificamos. Por eso cuando intentamos hacer algo realmente interesante, nos falta energía para llegar hasta el final, nos falta energía para asumir totalmente cada paso que damos sin volver la vista atrás. El pasado está muerto y por mucho que lo miremos y lo analicemos, ya nunca volverá a ser. Es el miedo, es la inseguridad, es la incertidumbre, por lo que siempre estamos mirando al pasado; o al futuro, para escapar hacia él. Todo lo que sea una huida de lo que es, será algo vano y provocador de más desorden. Es la pérdida de lo que producía placer y seguridad, que provoca la huida desordenada.

Hay que observar todo el panorama de la vida, toda la mente en toda su extensión, no detenerse en ninguna imagen o situación más que lo necesario para observarla, pues si nos enganchamos con algo, aunque parezca digno y adecuado, nos atascaremos y estaremos perdidos. Todo en la vida es digno y adecuado, así que cualquier dependencia es un impedimento para la libertad. Sin libertad no hay felicidad, no hay amor. Sin libertad no podemos mirar en todas direcciones, ni podremos ser creativos ni nuevos e inmaculados. La fealdad es la falta de libertad, que busca en el pasado todas las coartadas para seguir oprimiendo y obstruyendo todo lo que nos haga libres. Los tiranos rehúyen la libertad porque saben que ésta les haría perecer.

                                                                                                    12

                                                                                             La guerra

¿Por qué los hombres olvidamos tan pronto lo que es una guerra? ¿Por qué las repetimos como algo fatal e ineludible? ¿Podemos vivir sin provocar guerra? ¿Podemos salir de este círculo, donde siempre se está en guerra -la fría, la doméstica, las armadas-? Si los padres, los educadores, si los que condicionan a los hombres, fueran en verdad pacíficos ya no habría más guerras. Pero resulta que es lo contrario: toda la estructura psicológica, toda la manera de vivir, de los que están al cuidado y los que van a conformar las actitudes de los niños, es divisiva, es fragmentada, es esforzada. De estas maneras el niño ha de despertar a lo verdadero, a la realidad por sí mismo, sintiéndose como si fuera algo anormal y perturbador.

Si no es que uno es afortunado y tiene educadores verdaderamente pacíficos, el entorno del niño seguirá siendo un campo de batalla: tanto en el hogar, como en la escuela, como en la calle, se verá retado, humillado, se verá apartado como algo inservible. La sociedad en que vivimos nos exige esfuerzo, nos exige coraje, nos exige que seamos competitivos. Esa misma sociedad ha creado un molde para que todos se ajusten a él. En el momento en que alguien cuestiona la sociedad y sus valores, se le considera como un inadaptado, como algo peligroso y raro. Todos los moldes -los valores de la sociedad- son divisivos. Porque nos hacen ajustarnos a un patrón de conducta, que está en contradicción con la realidad de lo que es.

Cada patrón de vida que inventamos sobreponiéndose al antiguo, que ya no nos sirve, nada más hace que cambiar las formas externas, sin cambiar la verdadera estructura que nos hace cambiar de una manera determinada. Hemos inventado los estados con sus fronteras, las religiones organizadas, inventado los partidos políticos, las alianzas internacionales; hemos inventado la democracia, el comunismo, el capitalismo, el socialismo; hemos inventado grandes y complejas teorías económicas; todo ello de nada nos ha servido, pues todavía permanecemos anclados en la división, en la violencia y en las carnicerías de la guerra. Cambiar de un patrón a otro, sirve de bien poco si es que queremos la paz.

Primero surge la división, luego la desconfianza y la confrontación, después la agresividad y finalmente la violencia, que desemboca en todo el horror y la devastación que es la guerra. Si pudiéramos diluir la división, todo el problema de la violencia terminaría. La cuestión es pues, el surgimiento de una mente indivisa; una mente que sea capaz en todo momento y en todo lugar de una alta percepción, para poder ver cuando surge el impulso divisivo y así descartarlo sin ningún esfuerzo ni complicación. Lo que surja de una mente así será el orden, que es paz y amor.

La mente se divide porque adopta un patrón de conducta, un patrón de vida que hace suyo; y todo lo que no se ajuste a ese patrón la divide. Si no estuviéramos condicionados no tendríamos obstáculos, seríamos capaces de hacer cualquier cosa. Todas las barreras aparecen con el condicionamiento, que nos hace que nuestras existencias transcurran por un único surco. Así lo nuevo no puede ser, no puede llegar. Una mente desapegada, dará lugar a lo completo, a la unión con el reto, con lo que observa.

El condicionamiento a que nos vemos continuamente afectados, desde que nacemos hasta que morimos, es algo que tiene que ser visto como lo que es: un sistema para manejarnos, para que prosigamos con la competitividad y el esfuerzo, para que todo siga igual que siempre. Hay que ser muy insensible para no percatarse que el sistema actual genera toda clase de conflictos, que divide a los hombres arrastrándolos a la violencia. Una sociedad dividida, es una sociedad corrupta, capaz de generar toda clase de miserias y calamidades. Pero si decimos: esta sociedad no me gusta, porque no es correcta; e inventamos otra -aunque parezca muy digna y sagrada- que también nos tiene que condicionar, entonces estaremos donde siempre.

Para que podamos ver todo el condicionamiento que opera en nosotros, hemos de tener una mente equilibrada y quieta, que sea imperturbable a cuantos retos le llegan. Para eso hemos de conocernos y saber que somos capaces de hacer. Cada uno, dentro de la unidad, es diferente de los demás; simplemente porque el condicionamiento a que ha sido sometido es diferente del de otro; además del cuerpo físico que también tiene su influencia e importancia. Para poder ver hemos de tener paz interior; y ésta llega con la armonía da la compasión por todo. Si no somos compasivos con los que sufren, con los que soportan el drama de los bombardeos, con todos los que no tienen hogar y pasan hambre, y que hoy o mañana perecerán por la extrema debilidad de sus cuerpos, no tendremos esa quietud necesaria para poder percibir todo lo que es la mente.

Alguien que acepta la guerra, la tolera, o participa en ella, es alguien que no es un hombre. Un animal se diferencia del hombre en que no tiene la capacidad para renunciar voluntariamente a algo para evitar hacer daño. El hombre, si es de verdad hombre, puede desistir de lo que sea con tal de no provocar dolor y sufrimiento. Póngalo a prueba y lo comprobará en usted mismo. La guerra es para vencer; y un hombre compasivo no quiere la victoria, porque sabe que el precio es altamente doloroso. Por eso, el hombre que ama a toda la vida, hace lo posible para no provocar el estallido de las guerras. Debemos de empezar muy cerca, en nosotros mismos, en el trabajo, en la casa, con los vecinos, ya que es desde aquí donde empieza a desarrollarse el conflicto que precede a la violencia.

La victoria es la humillación del vencido, cuando no la destrucción parcial o completa, es la opresión más degradante y repugnante que alguien puede soportar. El que vence siempre es más cruel que el vencido; pues el derrotado le falta un último intento, que el vencedor ya lo ha consumado. Entre el vencedor y el vencido nunca hay igualdad, lo que surja de entre los dos será motivo de resentimiento y de división, de antagonismo y de lucha. Por eso, los que aman la paz no quieren participar en nada que sea provocador de lucha, de esfuerzo, de competitividad, porque saben que desde aquí mismo ya se está propagando todo el desorden que, son los antagonismos, y que irrevocablemente conducen a la desgracia que son las guerras. Si queremos que desaparezcan simplemente desaparecerán; si queremos más carnicerías y más destrucción que es lo que es la guerra, también lo tendremos.

Hay una lógica de la guerra; y hay una lógica de la paz; las dos pueden ser infinitamente interminables. Cada cual ha de saber por cual opta: o la destrucción de vidas humanas, con todo el dolor y la amargura; o el desistir, el renunciar, el apartarse de los que provocan antagonismo, de todo lo que se antepone para que podamos gozar de toda la alegría de un niño, de toda la decrepitud del anciano, de todo lo maravilloso que son los árboles, los animales y las plantas.

                                                                                                  13

                                                                                               El sexo

Cuanto más insatisfechos estamos con lo que tenemos entre manos más necesitamos de algo que suavice esa insatisfacción. En ese momento recurrimos a lo que sea, con tal de alejarnos de eso que nos hace sentirnos empequeñecidos y feos. Cada cual tiene una manera de poner remedio a ese estado de precariedad, de fragmentación, a ese estado carente de algo que es imprescindible para poder vivir sin que nos sintamos aplastados. Los remedios que usamos a tal fin vienen determinados por las épocas en que vive cada persona, por las modas y por las características peculiares de cada cual. El sexo, se ha convertido en uno de esos escapes de lo que nos angustia, de lo que nos molesta.

El sexo es tan viejo como es el hombre y siempre se ha utilizado, sino tal vez no estaríamos aquí. El sexo es algo que en principio está hecho para la generación, procreación, la continuidad de la vida tal y como la conocemos. El motivo por el cual es usado como un escape del tedio y la agonía diaria, estriba en que el sexo requiere una gran energía, una gran intimidad, una gran unión entre los que lo usan. De esta manera, al dejar de lado el estado divisivo, la sensación de frustración desaparece. Es decir, el sexo que lo habíamos utilizado para la reproducción, ahora lo estamos utilizando para deshacernos de los males que tenemos psicológicamente.

El problema del sexo surge, como cualquier otra cosa que usemos para satisfacernos, cuando dependemos de él para restablecernos, para reencontrarnos con la alegría. Donde hay dependencia hay esclavitud, hay dolor. El sexo tiene como posible problema añadido, el que a pesar de todas las medidas para que no sea, el procrear un ser humano. Pero aun así es tanta la intensidad en la unión, y tanta la demanda de ella, que todos los riesgos quedan minimizados -como si realmente los asumiéramos, siendo plenamente conscientes de ellos-. A más desorden, más caos; tanto más también, nos encontramos fragmentados y necesitados. Nos hemos desarrollado grandiosamente en una parte de las dos que nos componemos: científica y técnicamente -lo material- el avance ha sido sorprendente; en cuanto a la otra parte, lo humano, lo psíquico, lo sagrado, lo espiritual, somos exactamente igual que hace medio millón de años.

Todavía seguimos resistiendo tantas cosas, todavía seguimos devorándonos, todavía nuestra manera de vivir es bregar con todo; y es que no vemos otra manera de encararnos con los problemas de nuestras existencias. Hemos cambiado externamente, en el vestir, en el hogar, en el desplazarnos, pero interiormente, en lo interno de cada uno de nosotros, seguimos siendo desesperadamente conflictivos, seguimos siendo miedosos y egoístas. Esta manera de vivir es la causante de tanto requerimiento, de tanta demanda de ese algo que falta para sentirnos felices y en armonía con todo. Nos falta energía para asumir todo lo que hacemos, todo lo que decimos, todo lo que somos.

Vivimos una vida muy excitada, muy llena de deseos contrapuestos, vamos de un sitio a otro sin parar, la actual manera con que la sociedad nos exige que vivamos nos convierte en pelotas de ping-pong, yendo empujados de aquí para allá. La sociedad es falsa y por tanto corrupta; y en tanto permanezcamos sumisos y obedientes a ella, también nuestras existencias serán sucias y corruptas. Cuanto más limpios y verdaderos seamos, menos necesitaremos depender de algo. La dependencia es falta de armonía, falta de atención. Como vivimos tan deprisa, con tanta ansiedad, somos inatentos, no nos damos cuenta de todo lo que pisamos, de todas las cosas que hacemos torpemente. Para que llegue la quietud, hemos de tener muy claro qué es lo que queremos.

Para encararnos con algo, primero hemos de tener una actitud escéptica, una actitud de cuestionamiento, de reserva, para ir observando todo lo falso que pueda llevar consigo. Lo que se dice no es verdadero, no es la verdad. Si la mentira y la falsedad dejaran paso, de la noche a la mañana, a la verdad habría un cataclismo, se desplomaría toda la estructura de la sociedad y con ella la de las instituciones que la sostienen; veríamos tantas cosas inútiles que nos hacen agitarnos, veríamos cuánta maldad y cuánta ilusión e ignorancia tenemos los hombres, nos veríamos tan pequeños y poca cosa que dejaríamos instantáneamente de destrozarnos unos a otros. La verdad es algo que haría desaparecer a todos los poderosos, a todos los dirigentes y los líderes, tal y como son y los conocemos, a todos los tiranos; y es por eso, que no la dejan que llegue.

Esperar que nos traigan algo tiene que ser recompensado; ir uno a lo que se necesita, es ir en pos de la libertad. La verdad, tiene que ser encontrada, no puede traérnosla nadie, no se puede vender ni comprar. Uno nada más puede abrirle la puerta y olvidarse de ella; es como el sembrar: se esparce la semilla y se olvida de ella, porque ya no se puede hacer nada, hemos de dejarla para que actúe todo el universo sobre ella. Lo único que podemos hacer es estar atentos a todo lo falso, para que la mente se mantenga clara y diáfana. En el momento en que surge la confusión, ya hemos perdido la agilidad y la frescura, la lucidez, y la puerta que estaba abierta se cierra. Una mente astuta no está invitando a la verdad, porque el ámbito de la astucia se encuentra en el pensamiento.

Cada vez que aparece el pensamiento volvemos otra vez al pasado, que es lo conocido, lo que nos da seguridad; pues lo no conocido, lo nuevo, es algo que nos asusta y nos deja inseguros. El pensamiento es el gran problema que siempre surge cuando hay una crisis, un gran reto, que pone en peligro lo rutinario y repetitivo. El pensamiento se resistirá por todos los medios, que es todo lo falso y negativo, para que llegue la verdad que es lo nuevo. Vivir con la verdad, es no dar ninguna importancia al continuado parloteo del pensamiento. Cuando miramos muy atentamente, con gran pasión, con toda la energía de nuestro ser, el parloteo del pensamiento cesa y desaparece. Es entonces que llega la pureza, el amor que todo lo puede para que la vida sea una dicha y alegría.

                                                                                                 14

                                                                              El sentimiento de belleza

Cuando estamos en unión con todos y con todo, es cuando florece ese gran sentimiento de belleza que todo lo abarca; nada se escapa a ese baño purificador: todo tiene una relación armónica, aunque pareciera todo lo contrario, como una mente dominada por la ilusión. Las catástrofes, las desgracias, las guerras, las humillaciones, los poderes de cualquier clase, la muerte, todo tiene su causa y motivo, que responde a una única ley que es la que rige a toda la vida. Es al no intuir ni comprender esa ley que regula a todo el universo, por lo que nos sentimos contrariados, desafortunados, inarmónicos. Para poder percibir esa grandiosa belleza y armonía, hemos de ser radicalmente realistas, hemos de observar todas las cosas con la misma precisión que un microscopio y a la vez con toda la panorámica de un telescopio. 

Es porque nos asustamos de lo que podamos ver, que pocas veces nos decidimos a mirar directamente, a abrir completamente toda nuestra mente para que perciba todo el flujo y la energía que hace mover todo lo que existe, ha existo y existirá. La mente no puede ir más allá para abarcar todo el infinito universo, pero sí que podemos observar su mecanismo, cómo funciona, simplemente observando cualquier cosa que exista. Todo lo que existe ha de perecer, ha de transformarse, ha de empezar todo el proceso de ser, intentar expandirse y desaparecer. Los hombres también estamos sometidos a esa ley inmutable de destrucción, amor y construcción, sin que nada podamos hacer para cambiarlo. Aunque sí que podemos hacer algo para que esa ley sea algo que no nos moleste, no nos perturbe, para que esa ley no sea el origen del dolor.

El origen de toda la energía es algo que se escapa a nuestras mentes. Podemos negar el mundo fenomenológico-material -el físico y el químico, con sus combinaciones infinitas-, diciendo que es el resultado de la ilusión de la mente. Pero, ¿dónde se asienta la mente que es capaz de observar e incluso negar y asumir? ¿De dónde ha salido la mente; y qué genera la energía para que pueda funcionar? Como no podemos saberlo exactamente, no caeremos en la puerilidad de darle un nombre, que sería como pretender representar el infinito en un número, cosa del todo imposible. Por eso, las cuestiones de causa y efecto, la nada, la reencarnación, dios, etc., no nos tienen que perturbar porque ellas son producto de la mente, que es la única cosa que si que nos puede dar la solución a todo lo que nos perturba.

Por tanto, la única herramienta que tenemos para seguir adelante, es la mente. Uno puede optar por el suicidio; pero hemos de seguir por la vida, si es que tenemos algo de amor. Pues cuanto más decrépitos perezcamos, menos dolor sentiremos nosotros y cuantos nos rodean. Esta es la ley a que nos referíamos antes. Un ejemplo ayudará a comprender lo que se intenta transmitir: un árbol joven, o no viejo, es cortado para hacer leña; pero ésta no arderá adecuadamente porque tiene mucha savia; en cambio, cuando más viejo y decrépito sea el árbol tanto mejor arderá, provocando menos molestias a quien lo utilice. Lo mismo sucede con los frutos: cuando menos inmaduros los arranquemos para comerlos, más sufrimiento provocaremos en nuestro estómago y en la planta o el árbol que nos los proporciona; si están maduros los frutos, menos sufrirán cuando los cojamos para comerlos y nuestro estómago también notará un alivio.

Hemos llegado a descubrir que es la esencia de la vida es amor. A más amor, menos sufrimiento, menos dolor. Y sufrimiento y dolor, quiere decir confusión. A más amor, menos esfuerzo y contradicción. Nosotros somos parte del universo y por tanto tenemos las mismas leyes; esto quiere decir, que ante la vida no podemos optar; pues la opción nos quita la libertad. Porque optar es estar todavía indecisos y confusos con respecto a la realidad, con respecto a la verdad. La libertad es darse cuenta y percibir que lo que uno hace es lo correcto, lo menos negativo y dañino posible, lo menos doloroso. La libertad es ver la rutina de la vida y sin embargo no afectarnos negativamente. La rutina desparece cuando el tiempo como ayer, hoy y mañana, llega a su fin; cuando el espacio y el tiempo, pierden la dimensión relativa y establecida.

Donde existe el tiempo psicológico desaparece el amor; y entonces perdemos la armonía. Llevar una vida equilibrada y en armonía con todo lo que nos rodea, es olvidarse del ayer, es olvidarse de todos los miles y miles de ayeres que conforman el pasado. Si no existe el pasado, el futuro no puede ser; pues es el pasado el que proyecta, con su reconocimiento en el presente, lo que quiere y desea, que es lo que da vida al futuro. El futuro es lo conocido, que le envía el pasado a través del careo del presente. El tiempo es la reforma del patrón de conducta en que vivimos. El presente no me gusta, por tanto, invento algo con lo que creo encontraré lo que me dará felicidad. Pero esto es una proyección del pensamiento, es un llegar a ser, es vivir de las imágenes.

Toda reforma nos dejará en el mismo sitio que siempre hemos estado. Necesitamos algo que no tenga nada que ver con lo viejo y conocido, necesitamos una mutación en nuestro ser para que el pasado no interfiera en lo nuevo. La belleza es lo nuevo, lo no repetitivo, es la frescura de la atemporalidad, el estar más allá del tiempo. Si existe algún plan, alguna idea, la belleza llega a su fin, desaparece. Los hombres no queremos hacer el cambio radical necesario para vivir en un sentimiento de belleza, preferimos una reforma detrás de otra que nos deja en el mismo patrón de siempre. Luchamos, nos esforzamos, vivimos devorándonos, a cambio de vivir con la seguridad de lo conocido, del plan que nos han trazado, del patrón que nos han dicho que es el único y verdadero. Estamos condicionados, nos han condicionado, a que, si no tenemos un plan y un montón de ideas, nuestras existencias se precipitarán en un abismo de desorden y de caos.

                                                                              15

                                                                ¿Es la paz posible?

Cuando alguien menciona la palabra paz, lo primero que uno siente es una gran sensación de vergüenza y de frustración. Porque sabe que esa paz no es verdadera, no es paz en absoluto, es un aplastamiento o destrucción del contendiente, es la supremacía del más poderoso en ese momento sobre el más débil. La paz que ahogue a las personas lentamente, que sea el producto de una coalición o de un frente, no logrará desaparecer la violencia. Por mucho que lo divulguen, por mucho que lo mencionen, por fuerte e intensa que sea la influencia propagandística, la paz no será. Mientras exista la división en todos los ámbitos, ya sea en la religión, en las ideologías, en la política, en la economía, en la lengua, mientras esa división sea, defendiéndose con toda clase de mortíferos armamentos, hablar de paz es demostrar que los que lo hacen no saben lo que quiere decir, o están errados y viven en la más absoluta confusión e ignorancia.

¿Qué es pues la paz? ¿Es algo posible, o es un invento de la mente? ¿Podemos acceder a la paz aisladamente, sin solucionar todos los otros problemas?  Si no solucionamos todo lo que es el problema de la existencia, con todos sus conflictos, con todas sus miserias, con todos sus interminables retos, la violencia estará siempre entre nosotros. Para abordar la cuestión de lo qué es la paz, hemos de abordar primero el problema de la muerte, el problema del dolor y la división, el problema del miedo, y también ver lo que es el amor. Mientras el morir al pasado, a los apellidos, a la familia, al país, a la raza, mientras el morir a todo lo que nos han condicionado, no sea posible, hablar de paz no tendrá ningún sentido, será otra artimaña, será otra manera de perder el tiempo.

Uno se pregunta, ¿por qué nos dejamos condicionar por la autoridad científica, por cualquier líder o dirigente? ¿Por qué aceptamos todo lo que nos digan sin que antes lo investiguemos, por el mero hecho de que lo ha dicho cualquier persona que le hemos dado importancia? Si no somos libres la paz no podrá ser, porque no podremos ver; y mientras repitamos lo que otros dicen y lo acatemos estamos dando origen a la autoridad. La libertad, es estar libre de todo condicionamiento, de toda presión, de todo miedo y temor a lo que es la vida. Un hombre libre no puede ser manejado por nada: ni dinero, ni sexo, ni drogas, ni religión ni política, ni ideas ni opiniones, ni supersticiones ni poderes psíquicos, nada de todo esto podrá arrastrarlo y por tanto ni condicionarlo.

El condicionamiento es el que hace que nos dividamos: estamos condicionados a ser europeos, asiáticos o americanos, estamos condicionado por lo que comemos y por el clima, estamos condicionados por el color de la piel, por la política, la religión y la cultura. Vivimos muy pendientes de lo que hacen los demás, sin atender lo que sucede en nuestro interior. Nosotros somos el mundo, cada uno de nosotros es el mundo, por tanto, el problema reside en nosotros. Si uno se desprende del condicionamiento y accede a la paz, entonces el mundo a que él tiene acceso está en paz también. No importa lo que los otros hagan, pues ya no tendremos nada que ver con las divisiones, con las agresiones y violencias, con las carnicerías de la guerra. La paz estará entre nosotros y tanto lo “mío” y lo “tuyo”, como el “yo” y el “tú”, el “nosotros” y el “ellos”, no será motivo de división.

Toda persona que habla de paz y representa algún país soberano, alguna idea religiosa, alguna teoría para vivir, algún foro internacional, está errado y haciendo que los demás vivan en la división, está consiguiendo que los demás prosigan con la ignorancia, está provocando toda clase de conflictos que harán estallar agresiones y violencia. Lo que más divide a los hombres es la autoridad, ya sea la del padre, la del esposo, la del intelectual, la del jefe, la de uno mismo, la de las armas y los hombres que las manejan. El que pretende vivir en la no-violencia, el que se denomina pacifista, si permanece dividido de los que son violentos y de los que son guerreros, seguirá alejado de la paz, aunque diga lo contrario.

La no-violencia y la paz han de nacer en la intimidad de cada cual, pero todo deseo de alcanzar, todo movimiento de la voluntad por alcanzar cualquier cosa, provocará contradicción y por tanto conflicto. La paz es la ausencia de conflicto, tanto interno como externo. Mientras haya conflicto, seremos provocadores de desdicha y de dolor. El deseo, en su variedad infinita, nos divide y nos fragmenta de lo que observamos, de lo que somos en realidad. Somos astutos, somos codiciosos, somos egoístas; y para que todo esto que somos desaparezca, primero que nada, hemos de vernos en realidad, no como me gustaría ser, hemos de ver qué es lo que hay dentro de nosotros y ver qué podemos hacer para que nuestra vida cambie totalmente.

Debemos encararnos con los impulsos que surgen y nos hacen ambiciosos o temerosos, mirarlos muy atentamente hasta que los comprendamos y entonces veremos cómo se desvanecen. Es porque no estamos atentos completamente a lo que nos reta -lo que sucede-, que no llegamos a comprender cada cosa lo que es. Lo que nos disgusta pronto lo rechazamos; y lo que nos satisface, pronto también se apodera de nosotros, perdiendo la clara visión de la realidad, de lo que es, de la verdad. Una mente que busca la seguridad, nunca encontrará la verdad; pues esa seguridad la hace torpe, mezquina, la hace egoísta. Además, cuando más seguro pretendemos estar, es cuando más inseguros nos encontramos; ya que la mayor seguridad posible es estar completamente inseguros y desprotegidos.

El deseo de proteger y defender lo que tenemos -tanto los bienes materiales, como los ideas y las opiniones-, es lo que nos provoca la inseguridad. Si queremos vivir en paz, hemos de vivir en la inseguridad, hemos de ser vulnerables y flexibles, hemos de estar con la mente completamente abierta. Una mente que es capaz de desarrollar empatía, es en verdad una mente pacífica. Ya que la división se ha convertido en unión, ya que todo forma parte de la misma esencia de la mente. Entre lo interno y lo externo ha habido un empalme completamente. Entonces todas las mentes son una misma; y esa misma mente son todas a la vez. La paz, es la unión total con los hombres y con todo lo que existe, todo el universo. Y una mente que llegue a ese estado de unión no puede hacer daño a nadie.

                                                                                                       16

                                                                                           La espiritualidad

¿Qué entendemos por esa palabra espiritual? ¿Describe con exactitud alguna tendencia, una moda? ¿Lo espiritual es algo que se puede comprar, algo que se pueda adquirir por medio de un método o una práctica? ¿Lo espiritual es algo que está más allá de todo concepto y toda descripción? Nos hemos acostumbrado a controlar todas las circunstancias que nos rodean, que nos llegan sin saber por qué; esto lo hacemos para sentirnos distraídos, para cogernos a algo, para sentirnos seguros ante el vacío, ante la nada que es realmente lo que somos. Este vacío, si es que no lo hemos absorbido y entendido, es algo que nos puede perturbar. La nada, el vacío, es la esencia de la espiritualidad; ya que desde esta esencia es donde nace el amor.

El amor y la nada son una misma cosa. El amor es lo nuevo, lo no repetido, lo que siempre se funde con el ahora. Y para fundirse con algo, uno tiene que estar completamente vacío de recuerdos, de imágenes, de episodios agradables o molestos. Para que haya una unión total con lo que se observa, hemos de partir de la nada, hemos de ser la nada. Este estado de la mente, que nos deja libres, que nos deja como recién nacidos, la mayoría al otearlo y verlo no pueden soportarlo y vuelven a confundirse con lo conocido que parece más seguro y menos perturbador. En verdad es muy arduo ver y permanecer en el vacío; es muy arduo ser libre. Si no vemos la necesidad de ser libres, no lo seremos. Ser libre es vivir solo, no aislado, no recluido ni apartado, es tener toda la energía necesaria para no ser perturbado por las opiniones de los demás, por la confusión y el caos que provocan la vulgaridad de los que viven de lo viejo y conocido.

Lo conocido nunca puede ser bueno pues nos divide, ya que las imágenes registradas se anteponen al reto, que es el ahora, lo que sucede, está sucediendo. Si tenemos un recuerdo agradable o fuimos lastimados en una ocasión y vemos a la persona que hizo posible tal circunstancia, si no es destruido tal recuerdo, la relación con esa persona será fragmentada y por tanto confusa. Ahora bien, la cuestión es, ¿de qué manera nos desharemos de los recuerdos? ¿Es posible que en la vivencia se consuma todo, para que no haya residuos que es lo que son los recuerdos? Si todas las experiencias las viviésemos de una manera total, no tendríamos ningún recuerdo ni ninguna interferencia con el reto, que es lo que se observa, que es lo que estamos viendo en el ahora, en este preciso instante.

Tanto el dolor como el placer distorsionan la mente. Como el poso, el contenido de la conciencia, que es el pasado con todos los recuerdos, es lo que da vida al placer y al dolor seguiremos atrapados. Para salir de una vez para siempre de todo lo que nos tiraniza, de todo lo que nos oprime, de todo lo que nos aplasta, para dejar de una vez por toda esa pesada carga que nos hunde, hemos de descubrir, de una manera clara y sencilla, como funcionan nuestras mentes. La mente es lo que da vida a toda la existencia. Vivir en el dolor no tiene sentido, es algo absurdo, es destructivo y altamente caótico. Vivir para el placer, nos lleva también al dolor y al absurdo. De manera que hemos de descartar el dolor y el placer de nuestras existencias.

Nos proporciona placer, todo lo que nos reafirma el “yo” personal que tenemos cada uno de nosotros. El “yo” es el invento para olvidarnos momentáneamente de la nada, del vacío insondable que todo lo penetra. Cada esfuerzo que hacemos para conseguir algo por adecuado y sagrado que nos parezca, es un requerimiento del “yo”. Por eso, somos ambiciosos, somos mezquinos, porque al no comprender lo que es ese vacío hemos de inventar toda clase de juegos e ilusiones, que es lo que es la vida, para que nos aleje de él. Entonces resulta que al querer escapar por los medios que sea de esa cosa que nos parece tan espantosa, desatendemos el ahora y nos refugiamos en cualquiera de nuestros inventos. Las drogas, el dinero, la familia, las propiedades, la política y las religiones organizadas, el sexo y los nacionalismos con sus fronteras divisivas, todos son inventos para distraernos de la realidad, de lo que es, de lo verdadero.

El origen de todo lo que existe no lo podemos aclarar, ya que nos perdemos en el infinito de las cosas. De ahí que nos tengamos que ceñir con lo que tenemos entre manos: esto es, nuestras existencias. Éstas para que se desarrollen armónicamente, han de estar fuera del alcance del dolor. Es decir, el problema central de nuestras existencias es el dolor. Y como es algo que existe, algo que está en nosotros, decimos: ¿Cómo nos deshacemos del dolor? ¿De qué manera desaparecerá de nosotros? Primero que nada, hemos de comprender lo que es ese dolor; y para comprenderlo, hemos de mirarlo sin huir. Para comprender algo nos hemos de fundir con ese algo. Así que nos hemos de fundir con el dolor, por espantoso y repugnante que nos parezca; fundirnos hasta convertirnos todo nosotros en dolor. Y si la fusión es total, el dolor desaparece.

Ya hemos dicho que la existencia es dolor; que el nacer, crecer y perecer, nos provoca toda clase de desdichas. Al no comprender lo que es esta existencia, lo que es la vida cotidiana, lo que es la realidad, es cuando aparece el dolor. Como no queremos sufrir la amargura del dolor, intentamos huir de él de la manera que sea y lo más rápidamente posible. Pero el problema surge en esa huida, en esa escapatoria, en esa ilusión de haberse librado del dolor. Al querer escapar, es cuando aparece el deseo en su infinidad de expresiones. El deseo es el que nos divide, el que inventa el “yo” y el “tú”, el que inventa la política, el que inventa los estados soberanos, el que inventa las razas y hace que nos digamos árabes, hindúes, judíos, occidentales y orientales. Ante esta división, surge el conflicto de la afirmación personal, del egoísmo que lucha para generar más egoísmo, del esforzarse para permanecer y devenir.

Como todos hacemos lo mismo, el resultado es el caos de la violencia, las guerras y sus carnicerías humanas, el asesinato en masa, la destrucción en su más amplio sentido. El deseo de escapar de la realidad, de lo que es, de lo verdadero, que es nuestra existencia con su dolor, nos ha llevado a destruir los bosques, a contaminar los ríos y los mares, nos ha hecho que aceptemos la manera corrupta de vivir. La violencia es deseo egoísta, para poder proseguir con nuestros planes e ideas. La violencia ciertamente no es amor. Donde hay amor la violencia no puede ser. Es porque no sabemos vérnoslas con lo que es, que inventamos lo que debería ser. La violencia llega, cuando uno se ha dividido, cuando uno está fragmentado.

Vivir sin deseos, que es lo mismo que haber descartado el egoísmo, es abrir la puerta a la belleza y a la felicidad.

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                                                                                         La sencillez en el vivir

Es porque vivimos de una manera sofisticada, tan falsa e irreflexiva, que nuestras existencias han llegado a convertirse en algo tremendamente complicado, en algo pesado y carente de todo sentido. Nuestra ambición y codicia nos hacen mentir, nos hacen ser irrespetuosos, nos hacen vulgares y desordenados, provocando el surgimiento de la autoridad, que a su vez provocará más desorden. La autoridad es un fragmento que se erige en controlador del todo, de la totalidad o el absoluto. Pero, ¿puede la parte abarcarlo todo? En otras palabras, ¿ese fragmento que se ha dividido de la totalidad, del todo, puede de alguna manera poner orden? Por eso el mundo vive en un estado de caos continuado: alguien se erige en la autoridad fragmentándose del resto, y a su vez, provoca otra autoridad que es también fragmentada que intentará en vano poner orden; y así es como se suceden interminablemente el desorden, la autoridad y el caos.

Nuestro actuar es una mera reacción, un impulso irreflexivo, ante el reto que nos apremia, que nos brida la existencia. Nuestras vidas son tan pobres, somos tan poca cosa, que nos parecemos a los insensibles robots, a las frías máquinas. Nos dedicamos a trabajar largas jornadas de trabajo extenuante; vamos en busca de placer, para eso nos dedicamos al sexo y a la persecución del dinero; luego hacemos los hijos, que nos llenan de responsabilidades; y finalmente envejecemos y esperamos la muerte. Con esta absurda manera de vivir perdemos el sentimiento de felicidad y de belleza que todo lo abarca. Perdemos el poder vibrar bajo un árbol florido; perdemos la pasión y la energía que nos da, la visión de un suave y vulnerable niño que se encuentra en un aprieto y necesita de alguien que le dé una mano, que le demuestre que la vida no es solamente temor. 

La reacción ante cualquier reto tiene que traernos más desdicha, más calamidades, más tristezas. La reacción hará surgir todo lo que tenemos almacenado en nuestras mentes, todo el condicionamiento fuertemente acumulado a través de milenios tras milenios. Todo lo que somos, todo lo que hacemos, es porque en cierto modo nos gusta, porque lo aceptamos, porque lo vemos, lo tenemos dentro de nosotros. ¿Qué es lo que somos? ¿Cuál es el resultado de nuestra manera de relacionarnos? Somos egoístas, queremos ser los mejores, creemos que nuestra teoría es la correcta, queremos que todos se sometan, queremos vivir en la abundancia y el despilfarro sin que nadie nos moleste, y para ello, toleramos la violencia, toleramos la proliferación de toda clase de armas destructivas, toleramos el asesinato en masa, toleramos a los tiranos y sus maneras; toleramos que este encantador y maravilloso planeta, con sus incalculables sistemas de reproducción de vida, esté en peligro de desaparecer por la capacidad destructiva de las armas nucleares, que cualquier desequilibrado podría activar.

Es decir, ¿cuándo surge el reto, podemos abrir una brecha entre ese reto y la acción inmediata, para ver en un instante todo el condicionamiento, de la mente que se pone en marcha, y descartarlo en ese preciso instante, para dar paso a una respuesta que nada tenga que ver con el pasado que es nuestro condicionamiento, nuestro miedo y nuestro egoísmo? Tener una mente que sea capaz de este actuar con su discernimiento, es tener una mente que está en meditación; que vive continuamente en la lucidez que la meditación le da. Aquietar la mente por medio de un método, de un sistema de repetición de palabras, por la concentración en algo, es hacerla torpe, es cerrarle la puerta a la meditación.

Mientras estemos divididos y fragmentados en lo interno, la violencia y las guerras se sucederán. Hay quienes piensan que las guerras son para solucionar los problemas que surgen entre los hombres, esto es falso y nos lleva a la locura de la destrucción humana. ¿Qué es lo que han hecho las miles y miles de guerras que se han sucedido sin parar, para que los hombres se desprendan de sus problemas? Tenemos los mismos problemas que hace veinte mil años, hemos surcado lo aires, hemos visto lo que parecía imposible por medio de lentes ópticas, pero moralmente somos exactamente iguales: seguimos destrozándonos, seguimos destruyéndonos, seguimos solucionando los problemas por medio de las carnicerías de las guerras.

¿Sabe lo que es una guerra con toda su destrucción? Si tiene la desgracia de poder seguir una de cerca, verá a que extremos de locura es capaz de llegar el hombre; no huya, mírela hasta que sea tan atroz y repugnante, hasta que su impotencia por detenerla, le haga florecer la percepción de que la división y la violencia son la causa de todos los males que nos están destruyendo. Los dirigentes, los líderes, los maestros, los salvadores y los gurús, podrán argumentar, podrán divagar, podrán ir de un lugar a otro para influenciar y convencer de que la guerra es inevitable, de que ella pondrá fin a cuantos problemas surjan en la vida de relación entre las personas, entre las naciones, entre culturas y razas, pero todo esto es falso, demuestra que todavía vivimos en la ilusión e ignorancia. Demuestra que somos crueles e insensibles, que no sentimos nada por los indefensos y vulnerables niños que son los primeros en sufrir las consecuencias de los enfrentamientos entre los hombres.

¿Se puede hacer algo verdadero estando divididos unos de otros, teniendo fronteras que nos separan, estando preparándonos para entrar en combate, lanzando toneladas de bombas por las calles y donde crean conveniente, por todas partes? ¿Se puede hacer algo verdadero, si rechazamos al forastero, al que llega de lejos, cuando por nuestra manera de vivir nos hacemos racistas? Seguramente con tal manera de actuar, no podemos encarar la existencia para que florezca algo que no tenga nada que ver con la desdicha y la amargura, que siempre nos acompañan. Si descartamos toda la vieja y repetitiva manera de afrontar los problemas, si nos damos cuenta que es preciso afrontar la vida diaria con una mente que vea lo ineludible de un cambio radical, en lo más profundo de nuestro ser, para sentirnos frescos, ágiles y compasivos; entonces tendremos la sensibilidad para poder escuchar los diferentes tonos de voz, lo que nos transmiten, al ser acompañados por el ritmo musical, percibiremos todo el conjunto formando una unidad, y cada parte del conjunto vibrando con su instrumento; veremos que cada uno es él solo, y todos a la vez, veremos que la música entra dentro de nosotros y que no hay ninguna división entre el que ejecuta la música y el que la escucha.

La sencillez es pasear sin ninguna prisa, teniendo todo el tiempo necesario para poder observar todo lo que nos rodea, para poder oír el trinar de los pájaros, para poder escuchar al hombre necesitado de calor humano; para sentir todo lo bello que es un rostro cualquiera, fino y suave o con arrugas entrado en años, que brillan con la luz que el sol les da.

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                                                             La rutina y la repetición

Uno de los mayores obstáculos que tenemos para que lo nuevo llegue, para que la luz brille en todo su esplendor, es la rutina y la repetición. Si es que queremos ser verdaderos, si queremos ser serios, si es que queremos amar de verdad, hemos de ver todo lo que son nuestras vidas. Vivir en un único surco es limitarse a obedecer, a comer y a dormir; y bregar para ceñirse a la norma establecida, para encajar dentro de lo que se llama el orden establecido. Vivir así tiene muy poco significado y provoca la tolerancia de situaciones denigrantes que son precisas descartar, si es que tenemos algo de sensibilidad. Lo que se dice no es lo real ni lo verdadero; lo que se dice es el trasfondo de la conciencia, que es el egoísmo. La hipocresía, la corrupción, la mentira, la insensibilidad, es lo que acompaña al egoísmo.

Cuando más pobres somos en lo interno, más necesitamos lo que nos hace olvidarnos de lo que realmente somos. Entonces nos identificamos con una idea -todas son confusas-, nos identificamos con la bandera y el país que representa; nos identificamos con algún juego o entretenimiento, ya sea ir al estadio, ir al templo, o a ingerir alguna droga -incluido el alcohol-, ya sea el trabajo, los negocios o la búsqueda de dinero. Todo esto nos aleja de la perturbadora realidad, aunque por muy escaso tiempo. Por eso, nos entregamos a las modas y a las fiestas, nos entregamos a parlotear sin sentido, nos entregamos a la autocompasión. Todo esto forma parte de la rutina y la repetición, para no vernos cara a cara con lo que de verdad somos, con lo que es nuestra vida, para no ver todas las miserias, la amargura y el dolor que provocamos en los demás y en nosotros mismos.

En épocas de crisis, la rutina y la repetición es cuando más importancia le damos, cuando más importancia adquiere. En esos momentos surgen los integrismos, el orgullo de la raza y la nación, surgen los temores y los miedos de perder esa estúpida y falsa seguridad que nos dan la rutina y la repetición; y entonces ya nos lanzamos a destrozarnos unos a otros. Sin darnos cuenta que esa crisis es motivada por eso mismo que queremos salvaguardar y que queremos imponer a los que parecen ser nuestros contrarios y enemigos. Todos vivimos en la rutina, ya seamos europeos o asiáticos, árabes o judíos, americanos o africanos, ya seamos pobres o ricos, ya seamos campesinos o que vivamos en una gran ciudad. Todos tenemos la misma manera rutinaria de reaccionar ante cualquier reto que la existencia nos da. Tanto el budista, el cristiano, como el que practica zen, el guía espiritual, el erudito, el teólogo, encaramos los problemas mecánicamente, es decir repetitiva y rutinariamente.

No nos damos cuenta que los que parecen ser nuestros enemigos, también tienen el mismo problema con la repetición y la rutina que nosotros; y ellos, también nos ven como sus enemigos y no están dispuestos a dejar su rutina que tanta seguridad -aunque sea falsa- les da. Es lo nuevo lo que nos hace temerosos, lo que nos hace que nos destrocemos unos a otros. ¿Por qué no vemos que la rutina y la repetición llevan la semilla de la desdicha y el dolor? ¿Por qué no hacemos una mutación en nosotros para que podamos ver la realidad, que es la rutina, y darle el preciso lugar? ¿Por qué no nos entregamos a lo que miramos y observamos? ¿Por qué estamos inatentos sin que pueda ser la unión del observador y lo observado? Levantarse todos los días de la cama es rutina, lavarse y asearse también lo es; pero el aferrarse a un sistema, el depender de algo psicológicamente, por sagrado, positivo y apropiado que parezca, nos lleva a la división, al enfrentamiento y a la desdicha.

¿Puede un especialista sentir amor? ¿Puede alguien que tenga una actitud inflexible, alguien que no tenga la mente vulnerable, alguien que esté dominado por una idea fija, percibir lo que es el amor? Nunca antes había estado la tierra en tan degradante situación como lo está en la actualidad. Y nunca tampoco habíamos estado tan tecnificados y especializados como estamos ahora: cuanto más especializados somos, menos posibilidades tenemos de sobrevivir. La semilla del castaño nada más puede ser semilla, no puede ser otra cosa ya que a través del tiempo se ha ido especializando para ser eso que es. Los hombres al especializarnos, hemos entrado en un surco de vida, creyendo que es el mejor, que es el único, que no existe otro, limitándonos las infinitas posibilidades que tenemos ante cualquier reto, ante cualquier circunstancia que nuestra existencia nos depare.

Nunca antes han estado los ríos tan contaminados, los mares tan sucios y esquilmados, los bosques tan empobrecidos; donde el hombre industrializado y tecnificado vive, la basura que producimos viola y destroza toda la naturaleza. El problema se agrava al depender tan directamente de los alimentos que esa misma maltratada naturaleza nos proporciona. Somos como una vorágine impetuosa, como una barahúnda que todo lo destroza; somos destructivos para poder seguir viviendo en el placer, para poder seguir obstruyendo eso que tanto miedo nos da y que es la realidad. Si la vida en sí nos produce dolor es porque estamos fragmentados de ella, porque vivimos divididos de sus leyes, porque nos creemos que formamos algo aparte y fuera de ella. Esto es absurdo y carente de todo sentido; y como prueba de ello, tenemos el grave peligro en que está toda la existencia, toda la vida, toda la extraordinaria y encantadora rareza que es la tierra.

¿Cómo podremos hacer que todo cambie, que todo sea armónico y feliz? ¿De qué manera podemos hacer ese cambio radical, que nos haga que formemos una unidad con todo? ¿Cuál es la cualidad de la mente que ve todo lo falso y siente la inaplazable necesidad de rechazarlo, que lo descarta instantáneamente? En el ver hay acción inmediata, si vemos el caos y la confusión que provocamos con nuestra actitud placentera, trivial, egoísta, si lo vemos de verdad, sin ninguna distorsión, sin pretender huir de ello, entonces lo que hagamos estará dentro del orden, será el orden. No nos debe de preocupar qué es lo positivo, qué es el orden, qué es lo correcto, pues eso nadie lo sabe, ya que no lo podemos saber -decir qué es correcto, sería caer dentro del ámbito de lo negativo; pues entonces haríamos de eso un método, una idea, algo conocido e iríamos tras de ello-, lo verdaderamente importante es ver lo falso y negativo allá donde estén.

Si de verdad vemos la realidad, si somos afortunados teniendo una mente altamente sensible que sea capaz de vibrar, percibiendo todo lo que es el funcionamiento de la vida y la forma con que opera, entonces no tendremos ningún problema, todos habrán llegado a su fin. Es preciso ser vulnerable, ser flexible, ser sumamente sensible, para poder descartar todo lo que nos divide y nos aboca a la violencia. Si no queremos que nuestros hijos se enfrenten con la guerra, que sean destrozados por ella, hemos de hacer lo necesario para que eso no suceda. Hágalo, verá que sensación de felicidad invade todo su ser.

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                                                                    El verdadero sentimiento de belleza

Con la falta de respeto hacia los demás, con las opiniones que son fruto de la propaganda, con una mente tan mecánica e insensible, ¿puede haber lugar para la belleza? ¿Se puede percibir algo cuando repetimos lo que otros dicen, cuando vivimos en una histeria continuada, cuando nos manejan como quieren y según convenga? ¿Puede haber percepción de la realidad -que es belleza- cuando nos dejamos guiar por algún dirigente, algún salvador, algún guía espiritual? ¿Sin un morir a todo lo que nos divide, si no estamos vacíos completamente de todas las opiniones, de todos los odios, cómo podrá florecer el sentimiento de belleza? El ponerse delante de una pared donde está colgado un cuadro, no es belleza; tampoco es observar la luna cuando está creciendo, o escuchar en algún lugar música.

La belleza surge de nosotros; no nos la transmiten a nosotros; ya que ella es una percepción íntima que surge dentro de cada uno cuando hemos descartado todo se antepone entre nosotros y lo que estamos observando. Es porque estamos perdidos, que nos dejamos engañar y arrastrar por lo que nos dice cualquier persona astuta, cualquier persona sin escrúpulos a la hora de falsear la realidad, que somos de segunda mano y llenos de vulgaridad. ¿Dónde está la consideración y el respeto, si no queremos morir a todas nuestras estúpidas y supersticiosas ideas; a todo lo que nos han enseñado a base de esfuerzo y brutalidad? Somos tan crueles, tan insensatos, que creemos que estamos haciendo lo correcto, cuando por el autoritarismo y la represión, cuando por nuestra causa, tantos seres humanos están en la miseria, viviendo en la más espantosa desdicha.

No nos equivoquemos y nos dejemos engañar, mientras haya algo que nos divida, mientras haya algo de odio, algo de estupidez por la repetición de lo que quieran que digamos y hagamos, mientras la violencia sea la base donde se asientan nuestras existencias, la belleza -aunque sigamos repitiendo que es- no podrá ser de ninguna de las maneras. La belleza es paz y amor, es unión con todo y con todos los seres que tienen vida, es no tener ningún enemigo, ni poder tenerlo jamás. Nos creemos que, porque pertenecemos a un numeroso grupo de personas que piensan como nosotros, ya estamos en posesión de lo correcto, vivimos adecuadamente, somos merecedores de veneración y de todos los cuidados.

Las religiones organizadas, las democracias con sus partidos políticos, los estados soberanos, las organizaciones internacionales ya sean con aparentes fines nobles y benéficos, hacen que vivamos divididos y sigamos enfrentándonos unos con otros. La división es lo que nos hace ver, que los problemas de los demás no parezcan que lo sean cuando los observamos; por eso, hay tantos hombres a la deriva, hambrientos que pronto morirán por su extrema debilidad, por eso se tortura y maltrata al enemigo, por eso se asesina masivamente a las personas; y se les destruye sus casas, sus campos, sus fábricas de alimentos, sus hospitales, sus carreteras y puentes, sus centrales eléctricas y potabilizadoras, desencadenando enfermedades, hambre y las más espantosas miserias humanas.

Pero lo más curioso es, que cuando hacemos todas esas atrocidades y locuras, hacemos responsables

de ellas y culpamos de todo lo que hemos hecho, a los que han sufrido y sufren nuestro comportamiento desgraciado y cruel. Entonces mentimos, falseamos todo; aparentamos ser civilizados, lo cubrimos todo lo más rápidamente posible para que no nos perturbe ni nos moleste; y seguimos continuando como siempre: divididos, enfrentados, odiándonos, listos para volver a comenzar con la destrucción, los tormentos, las miserias, la violencia y la muerte. Nos hemos acostumbrado a esta manera de vivir, nos hemos acostumbrados a seguir por este único surco de tal manera que no vemos ningún otro; y nos sentimos inseguros y perdidos si dejamos de hacer lo que siempre hemos hecho.

Es muy grave lo que nos está sucediendo, ya que no vemos ninguna salida; y con el desarrollo de las destructivas armas todo el planeta puede estallar y desaparecer toda la vida que lo habita. Siempre las guerras han sido crueles y destructivas, pero la naturaleza, aunque también sufría las consecuencias, no estaba tan amenazada y tan en peligro de sucumbir toda ella como en la actualidad.

Ante todo, este panorama, ¿qué lo que vamos a hacer con nuestras vidas, con la vida diaria, la cotidiana, la de la oficina, la de la fábrica, la del hogar? ¿Seguiremos viendo todo lo que está sucediendo como si fuéramos meros espectadores, como si no tuviésemos nada, de lo que sucede, que ver con nosotros? Tanto si nos hacemos devotos de un único salvador, de un guía, de algún líder o de cualquier persona, seguiremos estando donde siempre: en la confusión y en la desdicha. Hay otros que piensan que cultivando y desarrollando el conocimiento, podrán salir de donde nos encontramos anclados, cosa del todo imposible puesto que el conocimiento es infinito y por tanto uno vive esclavizado, buscando algo que nunca encontrará. También hay los que se dedican a la acción, tanto social o piadosa, como mundana e indiferente, creyendo que, así purificando, o consiguiendo todo lo necesario para vivir en el placer, podrán deshacerse de la realidad y del dolor que ellos mismos se provocan.

Si no somos como una pared en blanco, hemos de hacer algo al respecto, algo que cambie toda esta agonía, toda esta desdicha, toda esta forma de vivir tan desafortunada y tan causante de dolor. Pero no vale con leerlo o decirlo, hemos de ser capaces de ver todo lo que está sucediendo tanto dentro de nosotros, como lo que sucede en todo el mundo. Ver qué es lo que sucede con la relación que tenemos con nuestros amigos, con nuestros parientes, con los vecinos, con los compañeros de trabajo; ver qué es lo que sucede en otros lugares y qué sentimos con esa información. Hemos de estar siempre muy atentos a todo cuanto acontece, pues lo que en principio parece irrelevante, puede ser la semilla de las grandes desgracias, de los sufrimientos y miserias. Es muy importante ver cómo nace el impulso, el deseo, y descartarlos sin ningún problema, sin ningún esfuerzo ni compulsión.

Si tenemos una vida muy agitada, yendo de un sitio a otro sin parar y arrastrados por el barullo que la sociedad provoca, si tenemos algún deseo que nos perturba -tanto si es sexual, espiritual, o de supervivencia- no tenderemos la suficiente quietud interior para poder tener la atención profunda necesaria para percibir lo que es la vida y cuáles son sus consecuencias, de dónde surgen los deseos y el porqué de ellos.

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                                                                                 La atención profunda

Cuando hay un estallido de violencia a sus máximas cotas -que puede ser el comienzo de una guerra, o algún acto que parece sorprendente e inesperado y que conmueve y altera-, casi todas las personas se ven arrastradas a emitir juicios, a identificarse con las víctimas o con el que ejecuta el acto violento, y a dar soluciones. Todas las personas estamos fuertemente condicionadas por infinidad de situaciones, tanto las que percibimos y somos conscientes de ellas, como las que no somos capaces de percibir. Cuando alguien se encara con algo, no lo observa tal y como es, sino que todo lo que tiene acumulado -grabado en su mente-, todo lo que sostiene su personalidad, distorsiona y dificulta la visión íntegra y total de lo que ve.

Primero que nada, cuando sucede algo que ha sido ejecutado por alguien o por muchos, que es lo que llamamos un grupo, un país o un estado, hemos de observarlo y mirarlo muy detenidamente, hemos de ver y escuchar toda la tendenciosa, falsa y neurótica información que se proporciona en la los periódicos, televisión, radio, internet, etc., hemos de mirar en todas direcciones, hemos de mirar muy en lo hondo de nosotros. Entonces descubriremos cuál es el asunto, su raíz y la solución. Porque mientras no descartemos las influencias nacionalistas, religiosas, familiares, culturales o económicas, no podremos encararnos debidamente frente al problema que tenemos delante y queremos solucionar. La violencia es uno de los graves problemas que tenemos; no es el único, pero sí el más degradante y destructor, el más costoso y perturbador, el final de un recorrido desafortunado.

Cuando la violencia es doméstica, es decir la que ejercemos cotidianamente sin dar motivo a que intervenga la autoridad y las leyes, la que ejercemos consensuada mente por la sociedad, la que todos hemos convenido en que es necesaria e imprescindible para que todo

siga como a nosotros nos gusta, no nos preocupa ni altera, no le damos ninguna importancia, aunque esa violencia sea tan nociva como las que estallan destruyéndolo todo; aunque esa violencia sea el preludio, el inicio y la continuación de lo que más tarde nos hará temblar de horror, si es que aún nos queda algo de sensibilidad. Las personas llevamos dentro de nosotros la semilla de la violencia; somos violentos y por ello brutales. Somos ignorantes, vivimos en la ilusión; somos egoístas y nos hacemos codiciosos, ambiciosos; tenemos miedo de perder; y todo esto nos hace que seamos violentos.

Cuando por causa de un estallido violento, perdemos algo o está en peligro es cuando empezamos a dar la importancia que tiene este perturbador y dramático problema. Es entonces cuando empezamos a removerlo todo, a gritar, a hablar, a luchar desenfrenadamente; es entonces cuando miramos de ver qué es eso que tanto destruye y nos amarga nuestras vidas; es entonces cuando empezamos a intentar darle soluciones, aunque siempre erróneas y desafortunadas. En esos momentos tan confusos y desdichados, nos dirigimos a la autoridad de los libros sagrados, a lo que dice, o hizo, algún salvador particular en cuanto al problema, nos apiñamos como el ganado y surge la ilusión de lo correcto y lo noble, nos contagiamos como en una epidemia y nos hacemos todos guerreros dispuestos a defender aquello que, en nuestra estupidez, creemos que es lo único que nos puede salvar frente a lo que consideramos malvado y digno de ser destruido: seres humanos igual que nosotros.

Lo que más nos caracteriza a las personas, es la ilusión en que vivimos, la pequeñez que somos mentalmente, lo poca cosa que somos en lo interno, en lo espiritual, lo poco que sabemos. Pero, aun así, somos tan egoístas que nos atrevemos a dictaminar quién está en lo correcto y quién no. Claro, esta actitud provoca toda clase de conflictos, de agresiones, toda clase de violencia. Es porque somos insensibles al dolor y a toda la vida, que queremos llevar hasta el final la defensa de lo que creemos noble, de lo que creemos nos dejará en la rutina de la corrupción que es, al fin de cuentas, lo que nos da seguridad. No queremos perder nada: ni la casa, ni el empleo, ni los hijos ni los parientes, ni los privilegios de clase y culturales, ni las opiniones ni perjuicios.

Si queremos que nuestras existencias tengan algo de paz, algo de sentido y significado, algo que nos dé energía para poder ver la vida como una maravilla que es, hemos de estar dispuestos a morir a todo. Hemos de ser capaces de desprendernos de todas las ideas y teorías, que nos limitan y restringen, que nos dividen y hacen que nos enfrentemos y nos destrocemos. Hemos de ser capaces de deshacernos de todos los insultos, de todos los males que nos hacen, de todos los zarpazos que recibimos cada día, para poder mirar la vida de una manera fresca y feliz, de una manera nueva y brillante. No creamos que esto va a suceder apretando algún botón como en las máquinas; si queremos algo hemos de ponernos a trabajar para ello. Si queremos de verdad que la violencia desaparezca de nuestras vidas, hemos de hacer que sea posible; hemos de ver toda su estructura, desde su nacimiento hasta el final; y para ello, tenemos que comprender como funcionan nuestras mentes.

Todo nace, se desarrolla y perece en nuestras mentes. Primero llega la percepción, luego la sensación y finalmente el contacto. Es decir, cuando alguien nos hace daño, ¿termina todo ahí, en el momento en que sucede la acción? O, ¿llevamos la experiencia arrastras todo el tiempo, haciéndonos neuróticos y fragmentados? Es cuando llevamos arrastras el pasado, que todo el proceso de la mente se pone en funcionamiento, que desaparece la armonía y el orden. Entonces al ver la persona que nos dañó en alguna ocasión, sentiremos la amargura de la división; es en ese momento, que percibimos, primero que nada; luego esa percepción, nos dará una sensación que determinará la acción y el contacto. Este proceso mental, ¿puede desaparecer, o es que le hemos de soportar como algo inherente, como algo que va, con la vida? Si somos capaces de desentrañar todo el condicionamiento, que nos domina y nos hace vivir en el desorden, las neuronas se aquietarán y no habrá lugar para la división.

La atención profunda es amor, que nos hace que actuemos ordenadamente, sin ninguna fisura en el tiempo, ni en el espacio. Es cuando la mente ha logrado deshacerse de los problemas que ella misma ha creado, cuando adviene la paz y toda la estructura mental desaparece. Es en ese momento, que cada cosa que hagamos estará dentro del orden, porque cuando la mente no actúa es cuando llega el amor. El amor no es lo que “yo” quiero, o lo que “tú” quieres; el amor es lo que es, la realidad y la verdad de la vida. La verdad, nos puede ser agradable o dejarnos en la desesperación y en la angustia, pero ella seguirá siendo la misma verdad de siempre, la que está más allá del tiempo y de todo lo que los hombres inventamos.

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                                                                                  La acción correcta

La acción correcta es aquella que no deja residuos y que no nos altera; es esa acción, la que nos lleva a la quietud y a la paz; la que nos hace ver en toda la maravilla y nos hace vivir en plenitud y felicidad. Ahora bien, la acción correcta no es un logro o una conquista por medio de un plan o un método practicado repetitivamente; es el despertar de la conciencia, que nos hace comprender todo lo que es el entramado de la vida, lo que nos llena de pasión para afrontar cada reto y situación a los que somos expuestos. Si comprendemos cada circunstancia desde que nace hasta que muere, en un único instante, todo permanecerá en orden, todo problema será resuelto, toda complicación desaparecerá.

No creamos que ese despertar de la conciencia se puede comprar, o forjar por alguien para nosotros usarlo; si no participamos del dolor y de todas las precariedades de la vida, si no estallamos de energía que da la compasión ante toda la desdicha de los que no tienen nada, y pasan hambre y frío, viviendo su existencia como un tormento, la conciencia permanecerá embotada y encerrada en la oscuridad. Todo lo que hagamos, si no está bañado por la compasión hacia los más desafortunados, hacia los que más sufren, hacia los que soportan nuestra rapiña y corrupción, aunque parezca digno y correcto, será una continuación del drama que estamos provocando con nuestra astuta y deshonesta manera de vivir.

¿Qué es el vivir cotidiano? ¿Qué necesitamos para sobrevivir? ¿Vivimos para excitarnos con el placer, para comer, practicar la sexualidad, dedicarnos a la bebida, distraernos para no ver lo que nos estamos provocando? O es el vivir algo más, algo que tiene un significado, algo que puede ser usado para que la confusión y el dolor que sufrimos desaparezca. No creamos que esto es una utopía, un juego para distraernos, una salida del tedio en que nos encontramos para volver otra vez al mismo tedio; esto es una disposición sin ninguna clase de esfuerzo, sin ninguna compulsión ni seguimiento autoritario, motivada por la visión de la unidad total de lo que es la vida. Ver es actuar; y esa acción es el motor de la existencia.

¿Podemos ver qué formamos parte de una misma unidad? ¿Podemos ver qué formamos parte de la totalidad, de lo absoluto, de lo que denominamos dios o el universo? ¿Podemos ver qué cuando uno siente dolor, lo estamos sintiendo todos a la vez? ¿Podemos ver que no existe división alguna entre los hombres, que ella aparece cuando nosotros estamos neurotizados, cuando la mente está alterada y perturbada por el egoísmo? Porque cada uno de nosotros tenemos un juego que nos distrae y aparta de lo que es la realidad; cuando esta distracción está en peligro es cuando gritamos, discutimos, nos agredimos e insultamos, nos hacemos agresivos y violentos. Este juego, que nos distrae pueden ser los hijos, las obligaciones que nos imponemos, el ganar abundante dinero, el sentirse obligado a esforzarse por cualquier causa social, los nacionalismos separativos y conflictivos, el consumismo estúpido y despilfarrador provocador de toda clase de miserias.

El egoísmo es el método a que nos aferramos, en un intento desesperado, creyendo que él nos llevará a la felicidad y a la plenitud. El egoísmo es la imagen que nos hemos creado, o que nos han creado; y que se ha apoderado de nuestra mente, que destruye toda la belleza de nuestra existencia, al pretender falsear la realidad de lo que uno es en verdad. El condicionamiento se manifiesta en el egoísmo; y mientras no percibamos que ambos son una misma cosa, y que tienen una misma raíz, seguiremos siendo feos y mezquinos, ambiciosos e ignorantes. El pensamiento tiene que actuar para seguir existiendo; por tanto, cuando no actúa se altera, y estalla perturbadoramente, provocando confusión y desorden.

Cuando más alterados estamos más es nuestra acción, creyendo que con esta actitud resolveremos los problemas que nos acucian. Sin darnos cuenta que cualquier manera de actuar sino nace del vacío de la inacción, que es cuando descartamos todo el condicionamiento que está depositado en la conciencia que es el pasado, dará lugar a algo que será una continuidad de todo lo que es nuestro vivir, Todo devenir, todo esfuerzo por llegar a ser, está dentro del ámbito del tiempo, que es el invento del pensamiento. Todo lo que sea producto de nuestras mentes, por bueno y correcto, por digno que nos parezca, es corrupto y desintegrador. La pureza del amor se encuentra en el vacío total de la mente; mientras ella esté operando estará dando vida al pensamiento, al tiempo, al egoísmo, a la desdicha y al dolor.

Pensar en la plenitud y en la realización, haciendo toda clase de empeños y de intentos por llegar a ellas, sin haber comprendido totalmente la manera con que operan nuestras mentes, es seguir donde siempre hemos estado. Nuestras mentes necesitan referencias donde apoyarse, necesitan seguridad para poder permanecer, necesitan un cobijo para esconderse; y todo ello, se lo brinda el pasado; puesto que el ahora no tiene nada que ofrecer, es el vacío innombrable, que está más allá de toda descripción y de todo el ámbito que domina la mente. En la inseguridad la mente no puede existir, ella se desespera; y por tanto, o desaparece, o la encuentra. Si la encuentra no será una seguridad verdadera; pero ella permanecerá en calma momentáneamente, hasta que se vuelva a encontrar insegura.  

La paz que se conquista por las armas, es el intervalo de tiempo necesario para volver a cargarlas y empezar otra vez a usarlas. La paz no es ninguna conquista, ni es el resultado de un método, ni es algo que se pueda llegar a ella por medio de la búsqueda espiritual o en libros; solamente podemos abrirle la puerta para que ella pueda aparecer. Si hacemos algo con el fin de acercarnos a lo que es verdadero, volveremos a tropezar con lo falso. ¿Qué son los centros espirituales, los  asrhams -refugio espiritual- que hay esparcidos por toda la India y por todo el mundo, sino campos de concentración, donde existe la pirámide de la autoridad, donde existe la brutalidad, la mentira que es ilusión e ignorancia?

Necesitamos placer, por eso nos hacemos sumisos y obedientes, seguimos siendo como máquinas repetitivas y programadas para un fin que siempre, aunque nos creamos lo contrario, será mundano. Nos pueden decir que somos espirituales, que estamos en el camino verdadero, que estamos muy elevados de los demás, pero seguiremos en la confusión, provocando toda clase de desdichas en nosotros y en los demás. La verdad y la espiritualidad no tienen nada que ver con gurús ni con guías espirituales, ni con salvadores, ya que estos nos condicionan y nos destruyen.  Alguien que intente establecer un plan, un camino, una norma de conducta y de comportamiento, por verdaderos y sublimes que se nos presenten, que nos parezcan, nos dejarán donde siempre hemos estado: en la desdicha de la división, que nos aboca al dolor y al sufrimiento.

La verdadera acción, surge de la visión atenta y profunda de todo lo que somos, de todo lo que hacemos en cada instante de nuestras existencias, de la comprensión total de lo que es la mente y cuál es su funcionamiento, del sentimiento de belleza que viene cuando llegamos hasta aquí.

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                                                                                         La ignorancia    

Algo que demuestra lo ignorantes que somos, es la manera de enfocar nuestras vidas, lo queremos todo: queremos ser libres y a la vez esclavos, queremos ser sencillos en la abundancia y el despilfarro, queremos ser pacíficos viviendo en la división, queremos ser espirituales siendo egoístas, queremos ser justos y honestos sin desprendernos de lo superfluo e innecesario, queremos la felicidad sembrando lo contrario, queremos la armonía y vivimos en el esfuerzo y en la lucha,  queremos que nadie nos moleste pero nosotros seguimos molestando  abierta o subrepticiamente, queremos hacer algo que tenga sentido siendo vulgares y repetitivos. Y claro, todo esto nos deja en el desorden y en la confusión. Ya que nuestra existencia, es algo que está basada en el conflicto, en la inarmonía, en el antagonismo, en la división.

La ignorancia es falta de claridad, de lucidez, de cordura, es tener una mente llena de deseos unos contrapuestos a otros. La mente nunca puede llegar a lo verdadero, a la realidad, por muy deseosa que esté de ello; antes, al contrario, ese mismo deseo se convertirá en impedimento. La misma visión de este hecho, de que todo deseo es un obstáculo, libera a la mente de la ignorancia. Esto es muy arduo, pues a cada reto la mente está condicionada a responder con un deseo. Cuando percibimos algo tenemos dos clases de deseos: si es desagradable -según nuestro parecer- el deseo se desencadena con el fin de deshacernos lo antes posible de ello; si nos es agradable el reto que percibimos, todo nuestro deseo será enfocado en la atención y en la posesión de eso que tanto nos gusta.

Hay que tener una mente altamente sensible a todo cuanto acontece para poder ver cada movimiento, tanto los ocultos como los visibles. En realidad, no existe aquello que se dice lo consciente y lo inconsciente, ya que la mente forma una unidad total. Es nuestra ansiedad y nuestra inarmónica manera de vivir, la que nos hace que nuestra percepción solamente pueda darse cuenta de la parte más superficial de la mente, mientras lo más profundo permanece inaccesible. Somos irreflexivos y además nos asusta el vernos tal y como somos, vernos en la totalidad; de ahí que siempre permanezca alguna parte de nosotros, que es lo que llamamos el subconsciente, que no nos es perceptible, que permanece oculto.

Nuestras vidas son cada vez más complicadas, nos hemos hecho dependientes de tantísimas cosas que no tenemos tiempo de vernos en realidad quiénes somos; necesitamos todo el tiempo para conseguir dinero abundante, luego nos agotamos; y como no encontramos la plenitud y la realización, necesitamos más estímulos para poder proseguir; y nos hacemos dependientes de la bebida, de los psiquiatras, de algún maestro o gurú, de los políticos y sus partidos. Y nuestras existencias siguen dentro del círculo de la acción y reacción, del conflicto y del dolor. No nos encaramos, con sinceridad y con una verdadera honestidad, con lo que son nuestros problemas, con lo que son nuestras vidas, con el absurdo sistema corrupto y falso que todos hemos creado y que todos toleramos, para ver qué podemos hacer para que todo esto cambie.

La reacción no es la solución a cualquier problema, a cualquier reto que se nos presente, ya que nos dejará sin resolverlos. La reacción es otro signo de nuestra ignorancia, de lo poco que somos, de lo incapaces que somos para deshacernos de la agresividad y la violencia; pues la reacción es falta de atención, es no ser consciente del trasfondo de la mente y de su manera de operar, es el momento en que más nos parecemos a las máquinas frías e insensibles, porque cada reto es contestado y encarado a la manera condicionada y programada. Nosotros estamos programados como los ordenadores, estamos condicionados a hacer lo que hacemos todos los días: esforzarnos, dividirnos, pelearnos, agredirnos y violentarnos. Este es nuestro drama, nuestro problema por resolver; y mientras no hagamos un cambio radical en nuestra conducta, mientras no tengamos el silencio para poder percibir todo el funcionamiento de la mente, seguiremos devorándonos, seguiremos provocando el hambre y la guerra.

El silencio interno es el fruto de la paz, del orden matemático del amor que todo lo trasforma. Sin este silencio -que no es la ausencia de ruido- no podremos tener una aguda percepción, la atención no será en su plenitud y, por tanto, seguiremos en la confusión. Hemos de empezar muy cerca para llegar muy lejos, hemos de empezar por nosotros mismos: ver cada impulso u ola mental, ver la manera con que nos comportamos en la relación con los vecinos, con los compañeros en el trabajo, ver que es lo que hacemos con el dinero, como comemos -si somos respetuosos con los alimentos o no-, como es nuestra manera de hablar, cuál es nuestra manera de caminar y de estar sentado. Alimentar a los hambrientos que hay por todo el mundo, aunque parezca algo irreal, es hacer que la vida de uno cambie de una manera fundamental, de una manera radical; donde uno es incapaz de hacer daño a alguien, donde el egoísmo ha desaparecido, ya no existe.

¿Qué es lo que nos impide hacer ese cambio fundamental, esta revolución psicológica? ¿Dónde está el último escollo que impide que encaremos la vida con alegría, con lucidez, con limpieza y amor? ¿Está el obstáculo en nosotros, que nos hace que permanezcamos atascados, o es algo externo, que está fuera de nosotros? Si quisiéramos de verdad descubrirlo ya lo habríamos hecho, si sintiéramos el dolor en toda su plenitud también llegaríamos a descubrir que es lo que son los obstáculos; es porque no vivimos íntegramente que no podemos acertar en deshacernos de la ignorancia. Todos los problemas desaparecen con el amor; para que éste pueda ser, nuestras mentes han de poder estar en atención profunda; y si huimos de algo, si estamos a medias con algo, no lo comprenderemos porque no seremos totales, no estaremos completamente atentos a ello.

Cuando estamos atentos a todo cuanto acontece, entonces hay un fluir continuo de la vida; es en ese momento en que la mente y todo lo que ella da soporte desaparece.  Solamente queda un darse cuenta de todo cuanto ocurre sin ningún sentimiento de rechazo o de aceptación, sin ningún sentimiento de gusto o de disgusto; los sentidos están alertas y vivos, pero no perturban ni alteran. Es porque el “yo” ha desaparecido que toda mana del vacío, donde todo es quemado: el tiempo como el ayer, el hoy y el mañana, como pasado, presente y futuro; el pensamiento que es el inventor de todo el entramado del tiempo, al desaparecer éste sucumbe también. Sólo queda la vida desnuda, la realidad y la verdad de lo que es, donde el devenir, el llegar a ser no tiene ningún sentido ni significado.

Vivir así es vivir en meditación, no la que nos venden los centros espirituales, ni la que ofrecen algunos gurús y guías a cambio de entregarles sus vidas sus seguidores, ni la que se obtiene por algún método o práctica; sino la que llega como el viento, la que surge como una flor o las estrellas al anochecer, sin ningún motivo, sin ninguna causa, que nosotros podamos comprender. La meditación es estar más allá de las causas y los efectos, de los fenómenos ordinarios que nos parecen inamovibles y altamente complejos, volviéndose todo sencillo y frugal.

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                                                                            Más allá del pensamiento

Mientras no entendamos todo el proceso del tiempo, mientras no entendamos como surge, y que es lo que es la vida, nuestras existencias tendrán muy poco sentido, seguirán siendo vulgares y absurdas, y provocando más caos y más desdichas allá donde estemos. El tiempo es un proceso del pensamiento, es su invento, es el resultado de la insatisfacción y del miedo, del temor y de la esperanza. La mente es el soporte del pensamiento, y por tanto también del tiempo, inventa lo que debería ser en contraposición a lo que es; mi vida no me gusta, ya que estoy hastiado, los políticos me neurotizan, los acontecimientos también; ciertas relaciones no me satisfacen, la manera con que la sociedad afronta los problemas es absurda y sin ningún significado verdadero, entonces invento algo que creo armónico, algo que creo me dará orden, y es cuando surge lo que debería ser.

Es en el proceso del tiempo donde estamos atascados, donde nos perdemos, donde seguimos en el círculo del sin sentido, donde depositamos toda nuestra energía, sin darnos cuenta de ello. El tiempo es una trampa porque no existe; por eso, todo cambio que se fundamenta en él, no tiene ninguna validez y es falso. Necesitamos tiempo para enseñar a un niño a escribir adecuadamente y para que aprenda a leer, necesitamos tiempo en ir de aquí hasta allá; también necesitamos tiempo para poder construir una casa. ¿Pero en la percepción directa de algo, es necesario el tiempo? Necesitamos el tiempo cronológico, ¿pero es de alguna utilidad el tiempo psicológico? Es porque no captamos toda su estructura, que nos dejamos llevar por el condicionamiento del devenir, del llegar a ser.

Vivimos a base de referencias, tenemos tantas cosas determinadas, que nuestras existencias se basan en el tormento y la esclavitud; hemos de vestirnos según nos dicen, hacemos caso a la propaganda y nos dicen cuánto dinero hemos de ganar y cómo lo hemos de gastar, también nos dicen si el pelo se ha de llevar corto o largo. Y por eso, siempre estamos ajustándonos, siempre estamos mirando al pasado que es la referencia, siempre estamos contrastando y analizando, siempre estamos viviendo en la imitación y en la comparación; por eso, nuestra existencia es una agonía y un sufrimiento, por eso siempre somos de segunda mano, tan vulgares y repetitivos. Cuando en la escuela comparamos a los niños los estamos destruyendo, porque los estamos dividiendo, porque hemos establecido una meta a la cual todos se han de ajustar.

El tiempo es el pasado que ya no existe, pero nosotros gastamos nuestras vidas en llevarlo muerto a nuestras espaldas, gastamos nuestras energías en intentar que se repita una y otra vez. Todos hemos hecho toda clase de tonterías en la vida, pero esto no importa porque todo ha desaparecido, ya no existe y está muerto; no tenemos por qué torturarnos y vivir debilitados por los recuerdos. Es el tiempo el fundamento del pasado, que con el pensamiento inventó una manera de vivir, un plan, un ideal, una norma de conducta, un sistema utópico, al cual hemos de contrastar cada acción, cada comportamiento que hagamos; con lo que el pasado determina el presente y así mismo el futuro, por medio del careo de todo lo que hacemos. Lo nuevo así no puede llegar, debido a que la mente está presa en el tiempo que es el pasado.

Cuando hacemos algo, cuando actuamos, hay una explosión de energía, está la vida en su plenitud; pero un instante después, surge le pensamiento clasificando, careando lo que hemos hecho, surgiendo la desdicha y el penoso ajustarse. ¿Podemos cuando hacemos algo vivirlo de manera para que todo acabe ahí en ese momento, sin que tengamos que revivirlo y arrastrarlo? ¿Es posible que cada acción nazca y muere en el mismo instante de ser vivida, que se consuma en le misma experiencia sin dejar ningún residuo? Es porque el condicionamiento nos desborda y arrastra, que somos incompletos, que vivimos fragmentados, y por eso no tenemos la suficiente energía para encarar los retos con profunda atención. Sin la unión completa, sin comunión total, lo que hagamos será desordenado y una continuación del actual estado de caos en que no encontramos.

¿Qué es nuestra vida? ¿Qué es nuestro diario vivir, con sus matanzas, con sus miserias y enfermedades que provocan la suciedad de la pobreza, con sus desequilibrios económicos, con la corrupción generalizada, con sus sistemas de castas? ¿Qué sentido tiene vivir en lucha y guerreando continuamente, destrozándonos unos a otros? ¿Podemos vivir sin odiarnos, sin provocar ira en los demás; sin estar divididos por el dolor, la raza, el color de la piel, la política o la religión? De cada uno de nosotros depende el que este mundo sea más habitable, más pacífico, más sensato; y sólo lo conseguiremos cambiando nuestra estructura psicológica. Hemos de empezar por los pequeños detalles, por la acción menos importante; hemos de empezar dentro de nosotros, hemos de descubrir por qué estamos abocados al esfuerzo, al antagonismo, a la insensibilidad que nos hace crueles y dispuestos a matar y a que nos maten. Si no empezamos en nuestra intimidad, en lo más profundo de nuestro ser, seguiremos como siempre: en la ilusión, en el desorden, en el dolor.

La mente es el obstáculo para que florezca lo nuevo, ella es el sostén de todo lo que hace que la vida sea un desconcierto lleno de desdicha, lleno de agresiones, lleno de ignorancia, que aumentarán aún más la insatisfacción y la demanda de seguridad. Vivir en la inseguridad es algo que nos da pavor, que nos pone nerviosos, es algo que no nos gusta porque no lo dominamos, está fuera de nuestro alcance y control. Nada más tengamos una idea preconcebida, una ola de pensamiento que se imponga -ya sea sentimental o emotiva- lo nuevo no podrá llegar, porque para que sea ha de haber la inmensidad del vacío y del silencio que lo acompaña. Este vacío es el que nos desnuda, nos deja en una situación que nos parece insegura y azarosa, pero que es el orden a que está sujeto el universo y por el cual todo tiene vida.

El silencio que es impuesto no es silencio en absoluto, ya que toda compulsión, aunque parezca digna y virtuosa, traerá división y desconcierto, nos traerá explosiones inarmónicas y nos dejará la mente distorsionada y confusa. La violencia no es amor, ni es tampoco lo que la precede, por eso es que hemos de estar siempre alertas a todo cuanto acontece, a todo lo que hacemos, a todos los retos que nos vienen, tanto de nuestro interior como del exterior. El principio de la violencia se inicia con el conflicto de la división, es en este momento en que debemos descartar todo lo que nos fragmenta y nos separa. Con la división llega el odio, la ira, la ceguera del egoísmo a sus máximas cotas; y luego, llegan los desastres de la violencia, las desdichas y brutalidades de los enfrentamientos, las amarguras y la desesperación de las matanzas entre hombres.

La percepción alerta, que es la atención profunda, descartará toda la estructura que hace que surja la división, porque al verla tal y como es en realidad nos da la energía necesaria para poder rechazarla, dejándonos en la alegría y la paz del orden, de la armonía, de lo verdadero. Si somos afortunados y percibimos la estructura psicológica de nuestras mentes, si es que la percibimos de verdad cómo es y dónde nos lleva, nuestras vidas serán una luz para nosotros y para los demás.

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                                                                                        La mente no dual

¿Qué es lo correcto, qué es lo positivo? ¿Hay algo que nos pueda llevar a lo que consideramos correcto, ya sea un método o una práctica? ¿O es lo positivo, lo bueno, lo noble, algo que está fuera del tiempo y por tanto imposible de ser practicado? Primero que nada, hemos de cuestionar todo lo que nos han dicho; hemos de empezar a investigar si existe algo que denominamos correcto con una mente sin ningún prejuicio, sin ninguna opinión o idea al respecto, sin ninguna prisa, pero con gran pasión. ¿Quién es el que dice lo que es correcto? ¿Cuál es la entidad que dice “esto es correcto”, “esto es incorrecto”? ¿Puede la mente y con ella el pensamiento, jamás determinar lo que es positivo, lo que es adecuado y correcto?

El pensamiento es un fragmento, un segmento de lo total, es una parte; y por eso, es que la parte no puede abarcar al todo. Así que, todo concepto que creemos al respecto de lo positivo, tendrá que ser falso, porque el pensamiento nunca podrá determinarlo. El pensamiento se asienta en el pasado, que es todo el depósito de la conciencia; el pasado determina con la imagen que crea de lo que ha experimentado como lo positivo, cómo ha de ser éste. Es decir, el pensamiento ya tiene el concepto y la idea de qué es lo correcto, de lo que es lo noble, de lo que es lo perfecto y todo lo que no se ajuste será excluido, será separado, provocando la división. Además, si el pensamiento ya sabe, ya tiene el concepto y la imagen de lo correcto, el deseo de ir tras de ello lo arrastrará y le provocará toda clase de brutalidades con tal de conseguirlo.

Aquí es donde están atascados los que defienden una teoría religiosa, un sistema de liberación, un sistema para realizarse, un sistema para intentar poner orden, puesto que al ir en pos de algo que ya conocen los dividirá del resto, de los demás que no lo conocen o que no comparten su valor y su criterio. La división es el principio de todos nuestros males que nos acucian, es la raíz de la confusión y del caos. Cuando alguien dice que algo es correcto, ya no lo es; porque lo correcto, que es lo verdadero, no se puede comparar con nada, porque no tiene, no hay referencia alguna; porque lo correcto, que es lo verdadero, no se puede comparar con nada; porque lo correcto y verdadero, es lo nuevo; y cuando dice que algo es correcto, es porque es viejo, ya lo conoce, y por tanto no es lo nuevo. Lo que surja del vacío, que estará más allá de lo que el pensamiento pueda aportar, es lo nuevo, es lo verdadero.

Los guías espirituales, los salvadores, los gurús, los líderes políticos, todos han elaborado un plan, un sistema para llegar a lo correcto, para conseguir lo perfecto y lo positivo. Todos los libros sagrados tienen una fórmula, sus preceptos, sus teorías, que no son más que propaganda y superstición, para lograr convencer a las personas de que lo que dicen es verdadero, lo positivo y lo correcto. Solamente nos tiene que interesar qué es lo negativo, dónde está lo falso; si lo percibimos y lo descartamos, lo que quede, lo que resulte será lo verdadero; no sabremos lo que es, o tal vez si que lo percibamos, pero de todas maneras será indescriptible ya que estará más allá del tiempo y si intentamos describirlo, ya será fruto del pasado. Hemos de encarar la vida negativamente, hemos de vivir en el vacío, que no quiere decir que seamos una pared en blanco, para no estar sujetos a nadie ni a nada.

Alguien que tenga un motivo, por sagrado que parezca, por beneficioso que se presente, nos dejará con la cuerda más larga, pero seguiremos estando atados al poste, seguiremos esclavizados. Es muy difícil deshacerse del condicionamiento hasta que no se ha visto toda su estructura, hasta que no se ha visto la manera cómo opera la mente que es su soporte y lo que le da vida. El condicionamiento nos hace pequeños, nos hace vulgares y repetitivos, nos hace tan feos y tan estúpidos, nos hace tan dependientes, que nuestras vidas son desordenadas e insensibles al dolor que provocamos. Por eso, nuestras existencias tienen tan poco amor; y sin embargo tienen tanto sufrimiento, tanta amargura, tanta desesperación. Ni tan siquiera durmiendo tenemos paz y tranquilidad, pues como no estamos atentos durante el día a todos los requerimientos, tanto internos como externos, cuando la mente se encuentra más pausada, más sosegada, más en calma, fluyen a la superficie para que les demos una solución.

Tanto el condicionamiento personal, como el condicionamiento colectivo, es algo que hemos de percibir para poder descartarlo, para que nos pueda dejar en paz, para que nuestras mentes no se vean atosigadas y abocadas al sufrimiento. El condicionamiento impacta nuestra vida diaria, en cada acontecimiento que sucede, en cada problema y reto que se nos presenta, nos deja confusos y con sentimientos de culpabilidad. La visión clara de lo que es, de la realidad, nos liberará de todos los problemas, nos dejará en la felicidad. Porque la felicidad es eso: no tener ningún problema. Los problemas son fruto del tiempo, como como ayer, hoy y mañana, como pasado, presente y futuro, son fruto del pensamiento. La realidad, lo que es, lo verdadero, está más allá de lo temporal y por tanto de los problemas.

No tener ningún problema es algo maravilloso, es el goce del vivir, es el éxtasis continuado, es el amor en toda su plenitud. Esto quiere decir, que todo valor ha desaparecido, ni los bienes, ni el dinero, ni los parientes, ni las ideas y teorías, ni las opiniones, no tienen ningún valor. Todo viene y se va, todo llega y desaparece, todo es de todos, nada es mejor, nada es peor, nada es superior, nada es inferior; todo está dentro del orden. Todo ha desaparecido: la conciencia, el pensamiento, la mente. ¿Qué es lo que queda? La percepción, un darse cuenta, una situación interminable de acontecimientos que vienen y van. Ahora bien, ¿qué hacemos con esos acontecimientos? Pues, simplemente observarlos atenta y profundamente; y de esta atención llegará la unión; y la acción que surja de esta fusión total estará dentro del orden, será lo verdadero.

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                                                                                               El amor

Como estamos tan confundidos, el significado de las palabras, lo que representan, han perdido su esencia y exacto valor; han perdido el cabal informe y lo que significan. Por eso, hemos de descubrir cada palabra, cada cosa que nos llega; hemos de investigarlo todo como si fuera la primera vez, ya que no nos podemos fiar de nadie. Esto no ha de ser motivo de separación, de fragmentación, no tiene porqué dividirnos; simplemente al observar, al percatarse de una manera clara, del estado de confusión en que vivimos las personas, del fuerte condicionamiento que hemos heredado, uno no puede confiar, ni puede dejarse arrastrar por nadie. Las palabras, lo que se describe, no es lo real, no es lo verdadero; uno puede decir una cosa y al día siguiente decir lo contrario. El escepticismo es de gran valor para poder investigar, para no atascarnos -su raíz le viene del griego examino-.

Para que la vida no sea una desgracia, una tortura, es preciso, es necesario que haya amor. Si el amor no puede ser, la vida pierde su significado y se convierte en una persecución del placer, se convierte en algo tan absurdo y peligroso como la huida, se convierte en una lucha egoísta. El amor para que llegue, uno ha de ser tierno, ha de ser humilde, no ha de querer hacer daño a nadie. Si el egoísmo, por mínimo que sea, aunque lo disfracemos y lo encubramos, está en nosotros el amor no podrá ser. El egoísmo y el amor no pueden existir a la vez, no pueden estar juntos; uno de los dos tiene que ser; la elección es de cada cual, es de cada uno. Si somos perezosos, si somos negligentes, si seguimos a alguien, si somos obedientes, si buscamos algo por digno y sagrado que parezca, el egoísmo permanecerá en nosotros.

No queremos ser feos, no queremos ser vulgares, no queremos vivir en la miseria, queremos que se nos admire, queremos sentir y percibir la belleza, queremos hacer algo que tenga significado, pero como estamos tan confundidos, como no tenemos lucidez ni cordura, nos apartamos del amor y nos entregamos al egoísmo. Ser egoísta es vivir en la ilusión, es abrir la puerta a todos los males, es vivir para recomponer todo lo que destrozamos, por eso es que nunca hay creación porque estamos atrapados, estamos dedicados en solucionar los problemas que provocamos, estamos atareados en la recomposición. El amor es creación, es lo nuevo, lo nunca visto ni conocido, es la luz que todo lo baña con su brillo; es lo íntegro y lo perfecto, porque lo imperfecto no existe, no hay noción de ello.

El amor es el milagro que todo lo transforma en belleza, en sentido, que aún sin hacer nada para ello no deja que la con fusión sea. Mientras haya amor sólo estará el orden, sólo el silencio y la quietud que es armonía, sólo percibiremos y nos daremos cuenta del sentido que hay en todo. Cuando hacemos algo egoístamente la plenitud desaparece, dando paso al miedo y al temor, dando paso al dolor, porque hay algo dentro de nosotros que se oscurece, que se empequeñece, que se distorsiona. Descartar el egoísmo es sanar de todos los males, es la mejor terapia, es el remedio para la neurosis, para las histerias, para las supersticiones y estupideces; es vaciar toda la mente de su pesada carga que ha acumulado durante tantos miles y miles de años. Esta pesada carga para deshacernos de ella, primero que nada, hemos de darnos cuenta de que existe, de que es algo real, de lo contrario si no la percibimos estaremos atascados.

El amor es algo muy frágil y fuerte a la vez: si es expuesto a un ambiente cargado de tensión, cargado de antagonismos, de confrontación, puede desaparecer sino estamos totalmente atentos; si esta atención es, el amor hará lo necesario para no ser contagiado por el ambiente reinante; lo que hará no lo sabemos, pero sí que estará dentro de su ámbito que es el orden. El verdadero amor puede con todo, si alguien o algo lo altera es porque no es auténtico; si somos brutales, si somos violentos, el amor no puede existir, porque cuando llegamos hasta aquí el egoísmo ha tenido que ser muy desarrollado -aunque no nos demos cuenta, aunque no lo percibamos-. Si nos deshacemos del egoísmo, la violencia y todo lo que la precede no nos afectará, esto es muy arduo y requiere una profunda atención, una disciplina constante, es decir, un aprender activo, de instante a instante.

Un corazón inflamado por sentimientos y emociones, no podrá conocer lo que es el amor; pues estas actitudes distraen de lo que está aconteciendo, nos atascan, nos dejan anegados por haber detenido el curso imparable de la vida, que es la realidad. Alguien que está poseído o posee a una persona, tanto si es el esposo, el padre, el amigo, el hijo, la madre, la esposa, el pariente lejano o cercano, no podrá participar del amor; pues la retención, el aferrarse, la dependencia, son funciones del egoísmo. El respeto es necesario, porque el respeto es amor; si no hay respeto somos egoístas, somos provocadores de amarguras en nosotros y en los demás; si somos egoístas nos convertimos en fabricantes de excusas, en jueces, en acusadores. La realidad y la verdad es preciso descubrirlas, pero no para hacer daño a alguien; este descubrimiento ha de ser clarificador y pedagógico, ha de ser bondadoso y compasivo.

¿Puede haber amor cuando tenemos una idea, un plan, una teoría? ¿Es amor la complejidad, lo frías de nuestras relaciones? ¿Puede existir el amor cuando vamos detrás de lo que queremos conseguir sin reparar en lo que provocamos, sin atender a los retos que nos vienen, que nos llegan? ¿Puede haber amor, cuando vemos que hay millones y millones de hambrientos; que hay guerras con sus bombardeos, con sus asesinatos en masa, con la destrucción de todo lo que sostiene la vida de los hombres y no hacemos nada en nosotros para que todo esto cambie? El amor es la más alta sensibilidad para con todo; un hombre insensible no puede conocer el amor; podrá ser sonriente, podrá ser eficiente, podrá estar al servicio de la defensa de lo que él cree verdadero entregando toda su vida, podrá ser admirado por gran cantidad de personas, pero su insensibilidad persistirá en él.

Mientras exista el egoísmo en sus múltiples formas, el amor no podrá florecer; podremos auto engañarnos, podremos decir que el amor está con nosotros, podrán corroborarlo millones y millones de personas de que así es, pero si persiste el egoísmo de nada servirá, ya que el amor no existirá, será falso. El hombre que tiene amor no impone, no agrede, no es violento, no miente, no es corrupto ni falsea; y si por desgracia, y por causa de una elevada tensión y confusión ambiental, se viese abocado a hacer algo que sofocara el amor rápidamente se percataría, se daría cuenta de la distorsión en todo su ser y lo descartaría. Si no lo hace, el amor desaparecerá y entonces estará perdido, estará atascado, y su vida no tendrá la posibilidad de participar de toda la belleza y la maravilla que nos rodea.

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